La Noche Sin Electricidad
Era una calurosa noche de verano, y la familia Díaz se preparaba para disfrutar de una cena como tantas otras. Sin embargo, esa noche algo inesperado sucedió. Cuando la mamá de Amatista fue a encender la luz de la cocina, un apagón se desató en todo el vecindario. De repente, la casa se sumió en la penumbra.
- ¡Ay no, se cortó la luz! - exclamó la mamá de Amatista con sorpresa.
Amatista, una niña de cinco años con grandes ojos curiosos, miró a su mamá con un brillo de emoción. - ¿Vamos a quedarnos a oscuras? - preguntó mientras se hacía lúgubre para jugar.
- Creo que sí, pero eso no significa que no podamos divertirnos - respondió su papá, que siempre había sabido cómo convertir las situaciones poco agradables en momentos especiales.
La abuela, que tenía una sonrisa siempre lista, se acercó con una linterna en la mano. - ¡Aprovechemos esta oportunidad! - dijo mientras encendía la linterna y la iluminaba hacia el techo, creando una sombra divertida de las manos que todos empezaron a imitar. - ¡Miren! - gritaron al unísono, y las risas llenaron la habitación.
Después de jugar un rato con sombras, la mamá de Amatista tuvo una idea.
- ¿Qué tal si compartimos historias? - propuso.
- ¡Sí! - gritó Amatista, entusiasmada. - Quiero contar la historia de la princesa que vive en un castillo.
- Perfecto, querida - dijo el papá, acomodándose en la mesa y colocando la linterna en el centro como si fuera su pequeño sol. - Empieza cuando quieras.
Amatista se acomodó y empezó a contar con voz melodiosa y expresiones dramáticas. Todos la escuchaban atentamente. La historia de la princesa que vivía en un castillo lleno de flores y animales que hablaban parecía cobrar vida.
De repente, un ruido proveniente de afuera llamó su atención.
- ¿Escucharon eso? - preguntó la mamá intrigada.
- ¿Qué será? - Amatista amplió sus ojos, todos estaban expectantes.
Salieron a la vereda y vieron a sus vecinos, también atrapados en el apagón, abriendo sus ventanas y luces pidiendo compañía.
- ¡Vamos a hacer una fogata! - propuso la hermana de Amatista, que siempre tenía ideas locas.
Los Díaz, junto a sus vecinos, se reunieron hacia un claro en un parque cercano. Los papás llevaron mantas, sándwiches y algunos cuentos. Todos se sentaron en círculo alrededor de la pequeña fogata que encendieron juntos. Amatista miraba embelesada las llamas danzarinas.
- Ahora sí, podemos contar historias bajito, como en el campamento - dijo uno de sus amigos.
Cada uno tomó turnos para contar, y la emoción en el aire crecía. Cuentos de duendes, aventuras en selvas, hasta historias de los tiempos de los abuelos.
Amatista escuchaba atentamente, cautivada por cada palabra que bailaba en la noche. Ella también quería contar algo, pero de repente, recordó algo que su abuela había dicho. "Nunca hay que dejar pasar una buena historia sin contarla".
- ¡Yo quiero contar! - se animó, levantando la mano con determinación.
- ¡Adelante, princesa! - le alentó su papá.
Amatista tomó un profundo respiro y soltó una historia sobre un dragón que ayudaba a los viajeros a encontrar su camino.
Los ojos de todos brillaban mientras escuchaban su cuento. Eso hizo que Amatista se sintiera realizada y feliz, ¡de repente, la oscuridad no era tan mala después de todo!
Finalmente, después de varias historias, la luz comenzó a regresar a los hogares. Amatista miró a sus nuevas y viejas amigas y se dio cuenta de que había disfrutado más de aquella noche que de muchas otras con la electricidad encendida.
Cuando volvieron a casa, Amatista se sintió cansada, pero llena de felicidad.
- Mamá, hoy fue una noche mágica, a pesar de no tener luz - dijo, abriendo los brazos para un abrazo.
- A veces, lo mejor de nosotros se ve cuando las cosas no salen como pensamos - respondió su mamá, acariciando su cabello.
Amatista sonrió, sabiendo que había aprendido algo valioso en aquella noche sin electricidad: las mejores historias y momentos están hechos de compañía y cariño.
A veces, las sorpresas pueden llevarte a aventuras inolvidables, incluso en la oscuridad.
FIN.