La Nube Curiosa Puf y su Gran Aventura



En un día soleado, en un rincón del cielo azul, vivía una nube muy especial llamada Puf. A diferencia de las otras nubes, Puf siempre tenía una chispa de curiosidad por conocer el mundo. Un buen día, se dijo a sí misma:

"¿Y si me transformo en divertidas figuras para jugar con los niños?"

Así que Puf comenzó a cambiar su forma, pasando de ser una nube esponjosa a un simpático perrito y luego a un enorme dragón que surcaba el cielo. Los niños miraban hacia arriba, pero no todos estaban contentos.

"¡Mirá, un dragón!" gritó Tomás, cubriéndose los ojos.

"¡Es aterrador!" añadió Ana, asustada.

Al ver que algunos niños se asustaban, Puf se sintió un poco mal. No quería asustarlos, solo quería jugar y hacerlos reír. Después de reflexionar, decidió que era hora de cambiar de plan.

"¡Voy a usar mi curiosidad para ayudar!" murmuró Puf con determinación.

Con gracia y un suave soplo de viento, Puf comenzó a flotar sobre los campos. Se dio cuenta de que muchos de ellos estaban secos y necesitaban agua. Así que decidió dejar caer pequeñas gotas, como si fueran estrellas brillantes.

"¡Vamos a regar las plantas!" exclamó, mientras las flores comenzaban a levantarse agradecidas.

Puf siguió su camino hacia el río, que también estaba llorando por falta de agua. Con un suave susurro, dejó que las gotitas cayeran sobre el lecho del río.

"¡Mirad! El río empieza a llenarse de nuevo, como por arte de magia!" dijo Sofía, sonriendo y mirando la escena.

Mientras Puf se ocupaba de regar la tierra y llenar el agua de vida, los niños comenzaron a acercarse.

"¡Puf! ¡Sos una nube mágica!" exclamó Tomás, que ya no se sentía asustado.

Puf, sintiéndose contenta y feliz, decidió que si bien no podía transformar su forma sin asustar a los niños, podía transformar el mundo a su alrededor. Usó su curiosidad para aprender sobre el ciclo del agua y cómo cada gota era un regalo para la tierra.

Con cada gota que caía, las risas de los niños también aumentaban. Comenzaron a jugar cerca del río, haciendo barquitos de papel y riendo.

"¡Gracias, Puf!" gritó Ana, saltando de alegría.

Inmediatamente, Puf empezó a experimentar nuevamente. En lugar de miedo, sintió que la alegría de los niños era contagiosa. Entonces, decidió transformarse una vez más. Esta vez, no en algo aterrador, sino en una gran cara sonriente hecha de nubes.

"¡Mirá esa nube mía!" alzó la voz Juan.

"¡Es una sonrisa!" gritaron todos al unísono.

Puf comprendió que podía usar su curiosidad no solo para sorprender, sino también para crear momentos de felicidad. Aprendió que no importa cómo se vea uno por fuera, lo importante es la intención detrás de las acciones.

Desde ese día, Puf se convirtió en la nube más querida del vecindario. No solo ayudó a sembrar la alegría, sino también a regar los campos y a llenar los ríos. La curiosidad, pensó, era su habilidad más especial.

Y así, cada vez que los niños miraban al cielo y veían a Puf, solo podían sonreír y recordar la importancia de cuidar el mundo que los rodeaba, un día soleado a la vez.

FIN.

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