La Nube y el Arcoíris
Había una vez una nube muy blanca y esponjosa que flotaba por el cielo. A la nube le encantaba jugar con el viento, hacer cosquillas a los árboles y ver cómo los niños sonreían cuando la veían. Pero un día, la nube se sintió muy triste.
- ¿Por qué me siento así? - se preguntó la nube, mientras miraba al horizonte.
No sabía qué había cambiado, pero en el fondo de su ser, sentía que algo no estaba bien. Sus gotitas de agua comenzaron a caer, pero no eran de alegría, sino de confusión.
Al ver esto, el viento se acercó y le dijo:
- Querida nube, ¿por qué lloras? ¡Tu belleza brilla en el cielo!
- Lo sé, viento, pero no sé por qué me siento triste. Me gustaría hacer algo especial. - contestó la nube con un suspiro.
El viento pensó por un momento y luego le dio una idea.
- ¿Qué te parece si buscamos un arcoíris? Ellos siempre traen alegría a la tierra, y quizás eso te ayude a sentirte mejor.
La nube pensó que era una gran idea y, junto al viento, comenzó su aventura. Volaron sobre valles y montañas, buscando un rayo de sol que pudiera hacer aparecer un arcoíris.
Después de un rato, llegaron a un lugar donde el sol brillaba intensamente y la lluvia caía suavemente.
- ¡Mirá! - exclamó el viento - ¡Te dije que encontraríamos un arcoíris!
La nube se emocionó y dejó caer sus gotitas de alegría. Cuando la luz del sol cruzó la lluvia, un hermoso arcoíris apareció en el cielo.
- ¡Wow! - dijo la nube, iluminando su rostro esponjoso - ¡Es precioso!
El arcoíris sonrió y le dijo:
- Hola, nube. Tu tristeza está en tu corazón. ¿Por qué no compartís tu alegría con los demás en vez de quedártela?
La nube reflexionó y se dio cuenta de que había estado tan preocupada por su propia tristeza que había olvidado lo mucho que podía hacer por los demás. Decidió que quería compartir su alegría con toda la tierra.
- ¡Gracias, arcoíris! - respondió entusiasmada la nube - ¡Voy a hacer llover para que las flores crezcan y los árboles se pongan felices!
Y así, la nube comenzó a dejar caer gotitas de agua, pero esta vez no eran lágrimas de tristeza, sino de felicidad.
La lluvia despertó a la naturaleza. Las flores comenzaron a brotar y los árboles bailaban felices con esa nueva frescura. Los niños salieron a jugar, saltando charcos y riendo de alegría.
El viento aplaudió este acto generoso y le dijo,
- ¡Mirá, nube! Ahora tu alegría se multiplica en todos. ¡Esto es maravilloso!
La nube sonrió mientras su esponjosidad relucía con el brillo del sol.
- ¡Gracias, viento! Ahora sé que mi propósito es dar alegría a los demás. No necesito un arcoíris para ser feliz. Puedo compartir lo que tengo con todos.
Desde ese día, la nube viajó por el mundo, siempre en busca de lugares donde pudiera llover un poco y hacer que la tierra sonriera nuevamente. Y cada vez que lo hacía, el arcoíris lo acompañaba, recordándole que la verdadera felicidad se encuentra en hacer sonreír a los demás.
Y así, la nube nunca se sintió triste otra vez. Sabía que su poder podía iluminar el día de cualquier niño o flor, simplemente con compartir su gotitas de alegría.
Y colorín colorado, esta historia ha terminado.
FIN.