La oruga Valeria y su vuelo hacia el cielo
En un hermoso jardín lleno de flores de todos los colores, vivía una oruga llamada Valeria. Valeria era una oruga diferente: le gustaba mirar al cielo y soñar con convertirse en una mariposa.
Cada día, Valeria se subía a una hoja y miraba a las mariposas que revoloteaban alrededor.
"¡Qué lindo es volar! Me encantaría tener alas como ustedes" - decía Valeria con la mirada llena de admiración.
Las mariposas se reían y le decían:
"No te preocupes, Valeria. Un día también podrás volar. Solo tienes que tener paciencia y creer en ti misma".
Valeria se sentía un poco triste, porque veía cuán hermosas eran las mariposas.
"Pero yo solo soy una oruga, ¿cómo podría ser como ustedes?" - se lamentaba mientras miraba su cuerpo verde y peludito.
Un buen día, Valeria sintió un cambio dentro de ella. Algo mágico estaba por suceder.
"¡Es hora de que evolucione!" - exclamó emocionada.
Valeria encontró un lugar acogedor en una rama y se envolvió en un capullo. Pasaron días y días, y mientras tanto, las mariposas seguían volando a su alrededor.
"¿Cómo va todo, Valeria?" - preguntó una mariposa azul.
"¡Estoy en mi capullo! Espero salir pronto" - respondió Valeria con entusiasmo.
Pero por dentro, Valeria comenzó a tener dudas.
"¿Y si no puedo? ¿Y si nunca me convierto en mariposa?" - se penaba.
Un día, escuchó un comentario de otra oruga que pasaba por allí.
"No sé para qué se esfuerza. Siempre será una oruga, nunca podrá volar," - decía la oruga verde.
Valeria se sintió desanimada, pero recordó las palabras de las mariposas.
"Tengo que creer en mí misma" - se dijo en voz alta.
Finalmente, un hermoso día de sol, algo mágico sucedió. Valeria sintió un impulso dentro del capullo. Con todas sus fuerzas, empezó a rasgar la cáscara a su alrededor.
"¡Ay, qué difícil es!" - gritaba Valeria mientras luchaba por salir.
Las mariposas se acercaron y la animaban.
"¡Puedes hacerlo, Valeria! Usa toda tu fuerza!" - gritaba una mariposa gigantesca con alas doradas.
Valeria se concentró y finalmente rompió el capullo. ¡Por fin había salido! Pero, para su sorpresa, no podía volar.
"¿Por qué no puedo volar?" - lloraba.
"Dale un tiempo, tus alas están arrugadas. Necesitan estirarse y secarse" - le explicó una mariposa.
Valeria, aunque un poco decepcionada, decidió ser paciente. Mientras sus alas se secaban, comenzó a dar pequeñísimos saltos. Se reía al ver a las otras mariposas volar.
"¡Miren lo que puedo hacer!" - exclamaba feliz.
Pasó el día, y antes de que se diera cuenta, comenzó a sentir que sus alas estaban listas.
"Ahora voy a probar de nuevo" - dijo Valeria con determinación.
Con un gran impulso, extendió sus alas y ¡VOOOOLÓ! Por primera vez en su vida, sintió la brisa del viento bajo sus alas.
"¡Soy libre! ¡Soy una mariposa!" - exclamó Valeria, llena de alegría.
Las mariposas la rodearon y la aplaudieron. Valeria comprendió que, aunque el camino fue difícil, había aprendido a creer en sí misma.
Desde ese día, Valeria voló alegremente en el jardín y compartió su historia con otras orugas.
"Recuerden, siempre hay que tener paciencia y creer que podemos lograr nuestros sueños" - les decía emocionada.
Y así, cada vez que una pequeña oruga se sentía triste, solo tenía que mirar hacia el cielo y recordar a Valeria, la mariposa que creyó en sus sueños y los hizo realidad.
FIN.