La paciencia de Pepita
Había una vez una pera llamada Pepita que vivía en un hermoso huerto junto a otros árboles frutales. Pepita siempre estaba ansiosa por crecer y dar frutos, pero no sabía esperar.
Un día, mientras los demás árboles estaban tranquilos disfrutando del sol y dejando que sus frutos maduraran lentamente, Pepita se llenó de impaciencia y decidió hacer algo diferente.
Se acercó al manzano y le preguntó:- ¡Manzanito! ¿Cómo haces para tener tantas manzanas tan rápido? El manzano sonrió amablemente y respondió:- Querida Pepita, cada árbol tiene su propio ritmo de crecimiento.
Yo solo me dedico a cuidar mis raíces, recibir el agua y el sol adecuados, y así mi fruto crece poco a poco hasta estar listo para ser recolectado. Pepita no quedó convencida con esa respuesta.
Siguiendo su impulso, corrió hacia el duraznero y le hizo la misma pregunta:- ¡Duraznito! ¿Por qué tienes tantos duraznos ya cuando yo todavía soy pequeña? El duraznero también sonrió pacientemente y dijo:- Cada árbol tiene su propio tiempo para dar sus frutos. Yo solo me concentro en nutrirme de la tierra y esperar a que mis duraznos maduren naturalmente antes de ser cosechados.
Pepita aún no comprendía del todo. Decidió buscar respuestas en otro lugar e irrumpió en el campo de fresas donde encontró a Fresia, una fresa muy sabia.
- ¡Fresia! ¿Cómo haces para tener tantas fresas tan rápidamente? Fresia se rió suavemente y explicó:- Querida Pepita, cada fruto tiene su propia estación. Las fresas necesitan tiempo para crecer y madurar bajo el sol. Es importante que esperemos pacientemente a que llegue su momento adecuado.
Pepita finalmente empezó a comprender que cada árbol tenía un proceso único de crecimiento y madurez. Pero aún así, la impaciencia no la abandonaba por completo. Un día, mientras paseaba por el huerto, conoció a Ramón, un viejo nogal que llevaba muchos años en el lugar.
- ¡Hola Pepita! Veo que tienes muchas ganas de dar tus frutos - dijo Ramón con una sonrisa amigable. - Sí, Ramón. No puedo evitar sentirme impaciente - respondió Pepita con tristeza.
Ramón se acercó a ella y le dio un consejo sabio:- La paciencia es una virtud muy valiosa, querida Pepita. Recuerda que cada uno tiene su propio tiempo para brillar y dar sus mejores frutos.
Si te apuras demasiado, podrías perder la oportunidad de ser algo realmente maravilloso. Las palabras de Ramón resonaron en lo más profundo del corazón de Pepita. A partir de ese momento, decidió cambiar su actitud y aprender a esperar con paciencia.
Los días pasaron y poco a poco Pepita fue creciendo hasta convertirse en un hermoso árbol lleno de flores blancas. Y cuando llegó el momento adecuado, las flores se transformaron en peras jugosas y dulces.
Pepita aprendió que la impaciencia solo trae frustración y que cada árbol tiene su propio tiempo para dar sus frutos. A partir de aquel día, Pepita disfrutó de ser paciente y comprendió que esperar valía la pena.
Y así, el huerto se llenó de árboles felices y frutos deliciosos gracias a la lección que Pepita había aprendido.
FIN.