La Pajara Mía



En el majestuoso castillo de la tierra de Los Colores, vivía la princesa Isabela. Su corazón era tan grande como su deseo de tener una mascota. Un día, mientras paseaba por los jardines reales, vio a un grupo de niños jugando con sus perros, gatos y hasta con unas coloridas aves. Su mirada se iluminó y se dirigió a su padre, el rey Luis.

"- Papá, papá, quiero una mascota!" exclamó Isabela, con los ojos brillantes de emoción.

El rey Luis, con una sonrisa paternal, le respondió:

"- Está bien, Isabela, pero debes recordar que deberás cuidar de ella todos los días."

"- ¡Prometo hacerlo!" dijo la princesa, saltando de alegría.

La reina María, que escuchó la conversación, se acercó y añadió:

"- Y recuerda, Isabela, debes elegir una mascota pequeña. No podemos tener animales grandes corriendo por el castillo."

"- Pero quiero algo especial, algo único..." musitó Isabela, pensando en lo emocionantes que serían un caballo o un perro grande.

Al día siguiente, Isabela comenzó su búsqueda con su amiga Ana, una pequeña aventurera del pueblo.

"- ¿Qué tal si vamos al mercado de animales?" propuso Ana.

"- ¡Sí! Tal vez allí encuentre la mascota perfecta", respondió Isabela.

Cuando llegaron, Isabela quedó fascinada por la variedad de mascotas: gatos que jugaban, kanarios que cantaban, y cobayas que se acurrucaban. Pero no le llamaron la atención hasta que un pequeño pez apareció en una pecera.

"- ¡Mirá, Ana! ¡Es tan bonito!" gritó Isabela.

"- Pero es un pez, no puedes jugar con él como con un perro o un gato", contestó Ana, algo decepcionada.

Frustrada, Isabela se sentó en un banco del mercado y suspiró. En ese momento, un hombre anciano se le acercó con una caja entre sus manos.

"- ¿Qué te preocupa, joven?" preguntó el hombre.

"- Quiero una mascota que pueda querer y cuidar, pero no sé cuál elegir. Todos los animales son tan diferentes..." reconvino la princesa.

El anciano le sonrió y abrió la caja, revelando un pequeño pájaro azul que saltaba con energía.

"- Este es un canario, es pequeño, dulce y llenará tu vida de alegría. Además, le encanta cantar."

"- ¡Es hermoso!" exclamó Isabela, sintiendo que ese era el momento indicado.

"- Si decides llevártelo, recuerda que necesita amor y atención. Cantarà para ti si lo cuidas bien", dijo el anciano con un guiño.

"- ¡Lo tomaré!" dijo Isabela con determinación. Pagó por el pájaro y, con mucho cuidado, lo metió en una jaula especial.

De regreso al castillo, Isabela no podía dejar de pensar en su nueva mascota. Se la mostró a su padre, quien sonrió satisfecho.

"- ¿Ves como una mascota pequeña puede ser especial también?" dijo el rey Luis al notar la alegría de su hija.

Pero cuando la noche llegó, Isabela se dio cuenta de que cuidar de un pájaro también era un trabajo. Tenía que alimentarlo, limpiarle la jaula y darle amor. Mientras lo hacía, se dio cuenta de lo importante que era la responsabilidad.

"- ¡Hoy lo haré muy contento!" se dijo a sí misma mientras le daba de comer semillas al canario.

Pasaron los días y el pájaro no sólo cantaba, sino que también le enseñó a Isabela importantes valores: la paciencia y el cuidado. Cada mañana se alegraba al despertar y escuchar su melodía. Era un canto que llenaba el castillo de luz y felicidad.

Un día, el canario enfermó de un pequeño resfriado. Isabela se asustó, pero decidió actuar.

"- Debo encontrar ayuda!" gritó, corriendo a buscar a la reina María.

"- ¡Mamá, el canario no se siente bien!" le explicó con lágrimas en los ojos.

"- No te preocupes, querida. Lo llevaremos a un veterinario que sabe cuidar de los animales. Pero recuerda, esto es parte de ser responsable de una mascota", le recordó la reina.

Finalmente, el veterinario le dio el tratamiento adecuado y el canario pronto se recuperó. Isabela aprendió que cuidar de un animal requiere no solo cariño, sino también saber cuándo buscar ayuda. El amor y el cuidado le habían dado mucho más que una mascota; le enseñaron sobre la vida.

Desde ese día, el canario cantó más bonito que nunca, y la princesa Isabela, orgullosa de ser responsable, se dio cuenta de que había encontrado la verdadera alegría en cuidar de su pájaro. Años después, cuando Isabela era ya una joven sabia, siempre recordaría esa lección sobre el valor de cuidar a quienes amamos.

La relación entre Isabela y su canario se volvió legendaria en Los Colores, y su historia inspiró a otros a ser responsables y a dar amor incondicional a sus mascotas.

Y así, el amor y la alegría nunca dejaron de cantar en el corazón de Isabela y su pequeño canario.

FIN.

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