La Paloma Viajera y su Aventura Infinita



Era un hermoso día de primavera en el bosque. Los árboles estaban llenos de flores y el aire era fresco y perfumado. En una pequeña rama, una paloma blanca, de nombre Blanca, miraba con curiosidad el mundo que la rodeaba. Sin embargo, había algo que la preocupaba: tenía mucha hambre.

- ¡Ay! No puedo estar siempre sentada aquí sin comer nada - se quejaba Blanca.

Decidida a buscar alimento, Blanca extendió sus alas y se lanzó a volar. En su recorrido, se encontró con un zorro astuto que la observaba desde los arbustos.

- ¡Hola, palomita blanca! - llamó el zorro.

- ¡Hola! - respondió Blanca con una sonrisa, aunque un poco desconfiada - ¿qué quieres?

- Te puedo ayudar a encontrar comida, pero primero debes cumplir un pequeño favor para mí.

Intrigada, Blanca decidió escuchar al zorro, quien le explicó que necesitaba que la ayudara a buscar a su amiga, la tortuga, que se había perdido en el bosque.

- Está bien, pero solo si me prometes que me ayudarás a encontrar comida después - dijo Blanca.

- ¡Trato hecho! - respondió el zorro emocionado.

Ambos comenzaron a buscar a la tortuga. Después de un rato, escucharon un suave llanto.

- ¿Quién llora? - preguntó Blanca, preocupada.

- Vamos a ver - propuso el zorro, guiando a la paloma hacia el sonido.

Al llegar al claro, encontraron a la tortuga atrapada en un arbusto espinoso.

- ¡Oh, tortuguita! - dijo Blanca con ternura - ¿cómo te has metido en este lío?

- Intentaba alcanzar una deliciosa lechuga, pero no calculé bien y ahora estoy atascada - sollozaba la tortuga.

Sin pensarlo dos veces, Blanca se acercó al arbusto y comenzó a ayudarla a liberarse.

- ¡Tú tranquila! - le dijo, - ya verás que pronto estarás libre.

Después de unos minutos de esfuerzo, lograron liberar a la tortuga.

- ¡Gracias, amiga! - exclamó la tortuga, encantada - ¡Eres una verdadera heroína!

- Ahora, no se olviden del trato - interrumpió el zorro, con un brillo astuto en sus ojos.

- Tienes razón - dijo Blanca, - ¿dónde encontramos comida, zorro?

El zorro pensó durante un momento. Luego, recordó que cerca de un arroyo había unos árboles frutales llenos de deliciosas cerezas rojas.

- ¡Sigamos! - dijo entusiasmado el zorro, y los tres comenzaron a caminar hacia el arroyo.

Cuando llegaron, un espectáculo hermoso los recibió: las ramas estaban llenas de cerezas relucientes.

- ¡Mirá cuántas hay! - gritó la tortuga emocionada.

- Estas son perfectas para un banquete - aseguró Blanca.

Cada uno empezó a picar las cerezas. Pero, de repente, un grupo de pájaros llegó y comenzó a intentar robar las cerezas.

- ¡Esos ladrones no las robarán! - gritó Blanca, volando hacia ellos.

- No te enfrentes a ellos, amiga - advirtió el zorro, - seguro son más fuertes.

Pero Blanca no iba a dejar que los pájaros se salieran con la suya. Con valentía, empezó a volar en círculos alrededor de ellos, llamando su atención.

- ¡Eh! ¡Son nuestras cerezas! - decía, mientras los pájaros se desorientaban.

Finalmente, los pájaros, cansados de la molestia y sin obtener nada, decidieron irse volando.

- ¡Genial, Blanca! - aplaudió la tortuga.

- ¡Lo hiciste muy bien! - agregó el zorro, quien se veía muy orgulloso.

Después de todo el esfuerzo, los tres amigos disfrutaron de un delicioso festín de cerezas.

- ¡Eres una gran amiga, Blanca! - dijo la tortuga. - Siempre estaré aquí para ayudarte.

- Yo también, ¡me he divertido mucho hoy! - añadió el zorro mientras se relamía los labios.

En ese momento, Blanca se dio cuenta de que la verdadera comida no solo era la que había comido, sino también la nueva amistad y las aventuras que había vivido en su viaje.

Y así, desde aquel día, Blanca, la paloma viajera, prometió seguir explorando el mundo, siempre en busca de nuevas aventuras junto a sus amigos.

FIN.

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