La Palomita Sorda en la Palmera
En un tranquilo barrio de Buenos Aires, había una palmera alta y majestuosa que se movía suavemente con el viento. En sus ramas, vivía una palomita llamada Lila. Pero había algo especial en Lila: ella era sorda. Aunque no podía oír los suaves trinos de sus amigas ni el ajetreo de la vida urbana, Lila siempre encontraba formas de disfrutar su mundo.
Un día, mientras Lila estaba descansando en su palmera, notó que las otras palomas se reunían en el suelo y estaban muy emocionadas.
"¿Qué pasa?" - preguntó Lila, a través de gestos con sus pequeñas alas.
Una paloma amiga, llamada Rosa, se acercó y le dijo:
"Lila, hemos encontrado un lugar increíble para buscar comida, ¡un mercado muy colorido! Pero no te preocupes, allí hay un montón de granos y frutas deliciosas."
Lila sonrió con alegría, aunque no pudo oír la emoción en las voces de sus amigas; podía verlas saltando de un lado a otro llenas de energía. Así que decidió unirse a ellas, aunque le preocupaba no poder escuchar el bullicio del mercado.
Cuando llegaron al mercado, Lila se sintió un poco abrumada. Podía ver a la gente riendo y conversando, pero no podía entender lo que decían. Las otras palomas empezaron a picotear los granos que caían de las bolsas, pero Lila, perdida en sus pensamientos, se quedó un poco apartada.
"¡Vení, Lila!" - la llamó Rosa mientras el resto de las palomas la miraban con preocupación.
"El espacio es grande, y hay suficiente comida para todas. Únete a nosotros."
Lila miró a su alrededor y vio que, a pesar de no poder escuchar, muchas de sus amigas estaban atentas a lo que le sucedía.
"¿Cómo puedo saber cuándo es el momento perfecto para buscar comida?" - pensó. En ese momento, una idea brillante iluminó su mente. Poco a poco, se acercó al grupo y comenzó a observar. Se percató de que cuando las otras palomas se ponían emocionadas, movían sus alas rápidamente.
Así que, al ver las alas de las otras palomas agitándose, Lila empezó a saltar enérgicamente y a mover sus propias alas. A pesar de su impedimento, encontró la forma de comunicarse con ellas.
"¡Mirá! ¡Lila se está divirtiendo!" - dijo una paloma.
"¡Ya entendió cómo avisar!" - aportó otra.
Las palomas comenzaron a picotear granos y la emoción de Lila se hizo contagiosa. Así, se lanzó al suelo junto a las demás, buscando también su parte de la comida.
Mientras buscaba entre los granos, Lila se sintió feliz por haber encontrado una manera de disfrutar con sus amigas, aunque no pudiera escuchar las risas. Una tarde, mientras se acomodaban en una rama de su palmera después de un gran banquete, Rosa miró a Lila y le dijo:
"Sabés, Lila, a veces pensamos que solo porque no podés oír, no podés disfrutar. Pero hoy demostraste que el verdadero disfrute viene de dentro. ¡Sos una palomita increíble!"
"Sí, Lila, gracias por mostrarnos que no necesitamos oír para sentir la alegría" - agregó otra paloma.
Lila sonrió, feliz de haber encontrado su lugar entre sus amigas. Desde ese día, las palomas de la palmera querían que Lila les enseñara a comunicarse por signos y movimientos del cuerpo. Así, crearon un nuevo juego que las unía más que nunca.
Lila aprendió que aunque no podía oír, podía compartir momentos maravillosos con sus amigas. Juntas se dieron cuenta de que la verdadera amistad no tiene barreras, y eso las hacía únicas.
Y así, en cada visita al mercado, las palomas no solo picoteaban granos, sino que también jugaban y se reían, siempre atentas a los gestos de Lila. En el barrio, la palmera se convirtió en un símbolo de amistad, donde las diferencias se celebraban en lugar de ser un obstáculo.
Juntas, Lila y sus amigas aprendieron que cada una tiene sus fortalezas y que lo que las une es mucho más poderoso que cualquier diferencia.
Y así, en el tranquilo barrio de Buenos Aires, la paloma sorda encontró su voz en el silencio, llenando de alegría su palmera entre risas y juegos.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.