La papa aventurera
Había una vez una papa llamada Pepito que vivía en la despensa de la casa de Doña María. Todos los días, Pepito veía cómo las otras papas eran elegidas para ser cocinadas y se sentía muy triste.
Él no quería terminar como puré o frito, ¡él quería vivir aventuras emocionantes! Un día, mientras Pepito observaba por la ventana de la despensa, vio a un grupo de niños jugando en el jardín.
Se dio cuenta de que ellos siempre comían papas, pero no las cocinaban ¡Las usaban para jugar al fútbol! En ese momento, Pepito tuvo una gran idea. Decidió escaparse de la despensa y unirse a los niños en su juego divertido.
Con mucho cuidado, abrió la puerta de la despensa y se escabulló hasta el jardín. Cuando llegó allí, se acercó tímidamente a los niños. - ¡Hola chicos! -dijo Pepito con entusiasmo-. ¿Puedo jugar con ustedes? Los niños lo miraron sorprendidos.
- ¡Una papa que habla! -exclamaron asombrados. Pepito les explicó su situación y les dijo que él también quería ser parte del juego. Los niños aceptaron encantados y pronto estaban todos corriendo tras el balón por todo el jardín.
Pepito descubrió cuán divertido era jugar al fútbol. Saltaba sobre el césped verde como si fuera un verdadero jugador profesional.
Pero entonces ocurrió algo inesperado: uno de los tiros más fuertes hizo volar a Pepito por los aires, ¡y aterrizó en el huerto vecino! En ese momento, Pepito se encontró cara a cara con Don Pedro, el dueño del huerto. Don Pedro era un hombre amable pero estricto. - ¿Qué hace una papa aquí? -preguntó Don Pedro confundido.
Pepito le contó su historia y cómo había escapado de la despensa para jugar al fútbol con los niños. Don Pedro sonrió y dijo:- Me parece que eres una papa muy valiente y decidida. No te preocupes, no te cocinaré.
Te dejaré vivir aquí en mi huerto para que sigas siendo feliz. Pepito estaba tan emocionado y agradecido que no pudo contener su alegría.
Ahora tenía un nuevo hogar donde podía vivir aventuras sin tener miedo de ser cocinado. Desde ese día, Pepito se convirtió en el guardián del huerto de Don Pedro. Ayudaba a cuidar las plantas y aprendía sobre frutas y verduras de todo tipo.
Y cuando los niños venían a visitarlo, él les enseñaba lo importante que era respetar a todas las criaturas, incluso a las papas.
Así fue como Pepito encontró su lugar en el mundo: no como comida en un plato, sino como un amigo leal y querido por todos aquellos que conocía. Y siempre recordaría la importancia de seguir sus sueños y nunca darse por vencido. Porque aunque parezca imposible, hasta una simple papa puede lograr cosas extraordinarias si se lo propone.
FIN.