La pata sabia


Había una vez un pequeño perro llamado Tengo la pata, que había nacido con una de sus patas traseras más corta que las demás.

A pesar de su discapacidad, Tengo la pata no dejaba que eso lo detuviera y siempre estaba dispuesto a jugar y correr con sus amigos del parque. Un día mientras estaba jugando en el parque, Tengo la pata se encontró con un anciano sentado en un banco observando a los niños jugar.

El anciano tenía una expresión triste en su rostro y parecía estar perdido en sus pensamientos. Tengo la pata se acercó lentamente al anciano y le ladró amistosamente para saludarlo.

El anciano volteó a verlo sorprendido y sonrió al ver al pequeño perro. "Hola amigo, ¿cómo estás?", preguntó el anciano acariciando a Tengo la pata detrás de las orejas. "¡Guau guau! Estoy muy bien, gracias por preguntar", respondió Tengo la pata moviendo felizmente su cola.

"Eres un perro muy valiente", dijo el anciano admirado mientras seguía acariciando a Tengo la pata. "¿Por qué dices eso?", preguntó curioso el pequeño perro. El anciano tomó un respiro profundo antes de responder:"Verás, yo también tengo una discapacidad.

Hace unos años perdí mi pierna derecha en un accidente automovilístico. Al principio pensé que mi vida había terminado y me rendí ante mi situación.

Pero luego aprendí algo importante: tener una discapacidad no significa que deba limitarte en la vida, sino que debemos aprender a adaptarnos y encontrar nuevas formas de hacer las cosas". Tengo la pata escuchó atentamente las palabras del anciano y se sintió inspirado por su historia.

Él también había encontrado una manera de adaptarse a su discapacidad y no dejar que lo detuviera. "¡Guau guau! Gracias por compartir tu historia conmigo, amigo", dijo Tengo la pata moviendo su cola emocionado. "De nada, pequeño amigo.

Nunca te rindas ante los obstáculos que se te presenten en la vida. Siempre hay una manera de superarlos", respondió el anciano con una sonrisa reconfortante. Tengo la pata comprendió el mensaje del anciano y prometió llevarlo consigo siempre.

Desde ese día en adelante, cada vez que Tengo la pata enfrentaba un desafío o se sentía desanimado, recordaba las sabias palabras del anciano y encontraba nuevas maneras de seguir adelante.

Y así fue como Tengo la pata aprendió una valiosa lección gracias al encuentro fortuito con un sabio anciano en el parque.

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