La pata y su huevo de oro
Había una vez en un tranquilo lago, una pata que era muy especial. Se llamaba Lola y todos los días nadaba feliz entre sus amigos los patitos. Pero un día, Lola descubrió que algo extraordinario ocurría cuando ponía un huevo.
Mientras rascaba la orilla con su patita, sintió un dolorcito, y después de un gran esfuerzo, ¡plop! Un huevo dorado apareció frente a ella.
- ¡Mirá, mirá! - gritaron sus amigos los patitos. - ¡Es un huevo de oro!
Lola no podía creérselo. Agradecida y emocionada, decidió llevárselo a su casa.
- ¿Qué haré con un huevo de oro? - pensó Lola. - Podría venderlo y comprar muchas semillas para los patitos.
Así que se acercó al mercado del bosque con el huevo en el pico.
- ¡Hola, Lola! - saludó el pato Donato, el vendedor de semillas. - ¿Qué traes ahí?
- Un huevo de oro - dijo Lola emocionada. - Quiero cambiarlo por muchas semillas para mis amigos.
El pato Donato se quedó sorprendido.
- ¡Eso es increíble! - exclamó. - Pero ¿estás segura de que quieres cambiarlo?
Lola reflexionó por un momento.
- ¡Sí! Mis amigos son mi tesoro.
Y así, cambió su huevo de oro por semillas de todos los sabores. Volvió nadando al lago con una gran sonrisa, lista para compartir con sus amigos.
- ¡Miren, miren! - gritó mientras lanzaba semillas por todas partes. - ¡Es una fiesta!
Pero Lola se dio cuenta de que cada día ponía un huevo de oro.
- ¡Oh no! - exclamó un poco triste. - ¿Y si nunca más vuelvo a tener un huevo de oro?
Sus amigos la abrazaron.
- No te preocupes, Lola. Lo más importante es que somos amigos y lo compartiste con nosotros - dijo un patito.
Luego, sucedió algo mágico. La pata Lola, al día siguiente, sintió nuevamente el dolorcito y un huevo nuevo apareció.
- ¡Es otro huevo de oro! - dijo emocionada.
Pero esta vez, Lola sonrió y no se preocupó.
- Puedo volver a cambiarlo por más semillas y seguir compartiendo con mis amigos.
Y así, cada vez que Lola ponía un huevo de oro, compartía las semillas y crecía una hermosa amistad entre ellos. Todos aprendieron que la verdadera felicidad no estaba en el huevo, sino en lo que hacían juntos.
A partir de ese día, Lola no solo fue conocida como la pata que ponía huevos de oro, sino también como la pata que llenó el lago de amor y amistad.
Y así vivieron felices, compartiendo y disfrutando de cada momento juntos.
FIN.