La Pelota de la Solidaridad
En un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, vivía una niña llamada Dulce. Desde muy pequeña, Dulce había aprendido la importancia de tener buenos modales y de ayudar a las personas que lo necesitaban.
Siempre estaba dispuesta a tender una mano amiga y a ofrecer su ayuda desinteresada a quien la necesitara. Una mañana soleada, mientras paseaba por el parque del pueblo, escuchó unos llantos provenientes de un banco cercano.
Se acercó con curiosidad y vio a Mateo, un niño de su edad, sentado con la cabeza gacha y lágrimas en los ojos. - ¿Qué te pasa, Mateo? -preguntó Dulce con preocupación. Mateo levantó la mirada sorprendido al ver a Dulce frente a él.
- Es que perdí mi pelota favorita en el estanque del parque y no puedo recuperarla -respondió entre sollozos. Dulce sonrió comprensiva y le tendió la mano. - No te preocupes, ¡yo te ayudo a buscarla! -dijo con entusiasmo.
Ambos se dirigieron al estanque y, después de un rato buscando entre los juncos, lograron encontrar la pelota de Mateo. El rostro del chico se iluminó de alegría y le dio las gracias efusivamente a Dulce por su ayuda.
A partir de ese día, Dulce y Mateo se convirtieron en grandes amigos.
Juntos vivieron muchas aventuras en Villa Esperanza: ayudaron a doña Rosa a cruzar la calle, limpiaron el parque para que todos pudieran disfrutarlo y organizaron una colecta para ayudar al refugio de animales abandonados del pueblo. Un día, mientras paseaban por el mercado del pueblo, vieron a una anciana intentando cargar muchas bolsas pesadas. Sin dudarlo, Dulce se acercó rápidamente para ofrecerle ayuda.
- Permítame llevar esas bolsas por usted -dijo Dulce con amabilidad. La anciana miró sorprendida a Dulce y luego sonrió emocionada ante tan noble gesto.
Agradecida aceptó su ayuda y juntas caminaron hasta llegar a la casa de la señora donde dejaron las bolsas en la puerta. Esa noche, durante la cena en casa de Dulce, sus padres no podían ocultar su orgullo al escuchar todas las buenas acciones que su hija realizaba cada día para ayudar a los demás.
Estaban felices porque habían educado a una niña solidaria y generosa que sabía poner en práctica los buenos modales aprendidos desde pequeña. Desde entonces, Villa Esperanza se llenó aún más de amor y bondad gracias al ejemplo de Dulce.
Y es que como ella siempre decía: "Con buenos modales y una actitud positiva podemos hacer del mundo un lugar mejor para todos".
FIN.