La Pelota Dorada
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Lumilandia, un grupo de niños que pasaban sus días jugando al fútbol en el parque. Entre ellos estaba Leo, un niño soñador que siempre quería ser el mejor jugador del mundo. Un día, mientras exploraban un rincón del parque, encontraron una pelota dorada brillante que estaba cubierta de polvo.
"¡Mirá esa pelota! Es increíble", dijo Sofía, la más observadora del grupo.
"No es una pelota común. ¡Es dorada!", exclamó Tomás, el más entusiasta.
"Tenemos que jugar con ella", agregó Leo, saltando de emoción.
Los chicos se reunieron y comenzaron a jugar con la misteriosa pelota dorada. Desde el primer toque, notaron que la pelota parecía moverse con una energía especial. Cada vez que un niño hacía un gol, la pelota emitía un brillo aún más intenso.
Un día, mientras jugaban un partido, la pelota salió volando y se alejó del campo, llevándolos a un misterioso bosque que nunca habían visto.
"¿Adónde fue la pelota?", preguntó Leo, con un tono de preocupación.
"¡Vamos a buscarla!", respondió Sofía, con determinación.
Los niños se adentraron en el bosque, donde se encontraron con un sabio anciano llamado Don Erudito. Tenía una larga barba blanca y unos ojos que brillaban como las estrellas.
"Hola, niños. ¿Buscan su pelota dorada?", dijo el anciano.
"¿Sabés dónde está?", preguntó Tomás, esperanzado.
"Sí, pero primero deben completar tres desafíos para demostrarse a ustedes mismos la importancia del trabajo en equipo y la perseverancia. Solo entonces podrán recuperar la pelota", respondió Don Erudito.
Los niños se miraron entre ellos y asintieron decididos. El primer desafío consistió en cruzar un río caudaloso sin caer al agua.
"¡Yo puedo saltar!", dijo Sofía.
"Pero necesitamos un plan. Debemos ayudarnos entre todos", sugirió Leo.
Así, formaron una cadena, sujetándose de la mano y ayudándose mutuamente a cruzar sin caer.
El segundo desafío fue encontrar un camino en un laberinto de flores que cambiaban de lugar.
"Esto es imposible", se quejaba Tomás.
"No, no lo es. Si trabajamos juntos, podemos encontrar la salida", dijo Sofía, anotando cada giro en el suelo con una piedra.
Finalmente, luego de mucho esfuerzo y risas, lograron salir del laberinto.
El último desafío fue resolver un acertijo: "¿Cuál es el don más valioso que todos pueden compartir pero ninguna persona puede poseer?".
Los niños se quedaron en silencio, pensando.
"¿La amistad?", sugirió Leo tímidamente.
"Sí, eso es", coincidieron todos.
Don Erudito sonrió, satisfecho.
"Han superado los desafíos y han aprendido lo que realmente importa. La amistad y el trabajo en equipo son lo que los hará fuertes", dijo.
Los niños, emocionados, vieron cómo la pelota dorada apareció mágicamente, volando hacia ellos.
"¡Lo logramos!", gritó Tomás, dando saltos de alegría.
Regresaron al parque, y desde ese día, jugaron con la pelota dorada en un nuevo sentido de camaradería y respeto entre ellos. Cada vez que hacían un gol con la pelota, recordaban los importantes aprendizajes del bosque.
Y así, en Lumilandia, no solo se jugaba al fútbol, sino que se celebraba la amistad y el trabajo en equipo, gracias a la mágica experiencia con la pelota dorada. Y su amistad floreció como nunca antes, iluminando aún más su pequeño mundo.
FIN.