La Pelota Perdida y la Amistad Verdadera



Era un hermoso día de sol, y la cancha de fútbol brillaba con la alegría de dos amigos que no se separaban nunca. Uno tenía el pelo azul, y su nombre era Milo, y el otro, con su pelo celeste, se llamaba Leo. Estos dos amigos eran inseparables y pasaban horas jugando a la pelota, soñando con convertirse en grandes jugadores de fútbol.

Un día, cuando estaban practicando su mejor jugada, apareció un niño que nadie conocía. Tenía una expresión de enojo en el rostro y un aire desafiante. "¿Puedo jugar?" preguntó, pero antes de que Milo y Leo pudieran responder, él se lanzó sobre la pelota y se la llevó, pateándola lejos.

"¡Hey! ¡Eso no se hace!" dijo Milo, corriendo tras la pelota.

"¡Devolveme la pelota!" gritó Leo, mientras trataba de alcanzarlo.

El niño desconocido simplemente se rió y, en un arrebato de maldad, empujó a Milo. La situación era tensa, y aunque Milo y Leo no querían pelear, el chico molesto parecía disfrutar de la angustia que causaba.

"No lo hagas más, por favor. Solo queríamos jugar" dijo Leo, con una voz amable.

Pero lo único que obtuvo fue una mirada despectiva y otro empujón. Pasaron unos minutos así, con el niño robando la pelota y empujando a los amigos, hasta que de repente, la mamá de Milo y Leo llegó a la cancha.

"¡¿Qué está pasando aquí? !" exclamó, sorprendida al ver el desorden. Veía a su hijo Milo en el suelo y a Leo tratando de ayudarlo a levantarse.

Al ver que los niños estaban molestos y el otro chico seguía bromeando, la mamá de Milo se acercó.

"¿Tú eres el que ha estado molestando a mis hijos?" le preguntó, con firmeza en su voz.

El niño se quedó sin palabras, y en un instante, entendió que su comportamiento no era el correcto.

La mamá de Milo continuó:

"No se puede jugar con tus sentimientos así. Todos tenemos derecho a divertirnos y jugar en paz. Te voy a tener que pedir que te vayas a casa para pensar en lo que hiciste. No es correcto hacerse el fuerte con los demás."

El niño, bajando la mirada, comprendió que había cruzado una línea. Sin dudarlo, se dio la vuelta y se marchó, dejando atrás la pelota que había tenido en sus manos.

Milo y Leo, aún un poco alterados, miraron a su madre.

"Gracias, mamá" dijo Leo, sintiéndose aliviado.

"Pero, ¿y la pelota?" se preguntó Milo, señalando al balón olvidado en la hierba.

La mamá les sonrió, acercándose a recogerla.

"Vamos a jugar, chicos" les dijo.

Recuperaron su pelota y comenzaron a patearla de un lado a otro, riendo y disfrutando del momento.

"No debemos permitir que otros nos molesten, pero a veces la mejor respuesta es ser amables y no dejar que nos afecten" comentó Leo mientras driblaba con habilidad.

"Sí, creo que la próxima vez podríamos invitar a esos chicos a jugar con nosotros en lugar de pelear" sugirió Milo.

La idea dio fruto:

Cuando el sol comenzaba a esconderse, decidieron invitar al niño que les había hecho la vida difícil.

"¡Hola!" llamó Leo mientras el chico se alejaba. "Si quieres, podés venir a jugar con nosotros. Todos podemos divertirnos juntos."

El niño, sorprendido, se detuvo.

"¿De verdad?" preguntó, con un brillo de curiosidad en los ojos.

"Claro, a veces también es divertido compartir" respondió Milo, sonriendo.

El día terminó con los tres niños jugando juntos. A medida que reían y corrían tras la pelota, cada uno aprendió algo importante sobre la amistad y la paciencia.

Desde ese día, la cancha nunca volvió a ser la misma. Aprendieron que a veces, la mejor forma de tratar con quienes te molestan es tendiéndoles la mano y mostrándoles que todos merecen ser parte de la diversión.

La verdad sobre la amistad siempre brilla más que el color de su pelo, y Milo, Leo y su nuevo amigo, el niño antes molesto, descubrieron que jugar juntos era mucho mejor que jugar solos.

FIN.

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