La pequeña luciérnaga
En un bosque oscuro y profundo, vivía una pequeña luciérnaga llamada Lila. Lila era especial; su luz era suave y cálida, y siempre estaba dispuesta a ayudar a los animales perdidos a encontrar el camino de regreso a casa.
Una noche, mientras Lila revoloteaba entre los árboles, escuchó un ligero llanto.
- ¿Quién está ahí? - preguntó Lila, preocupada.
- Soy yo, Sofía - respondió una niña con la voz temblorosa. - Me he perdido en el bosque y no sé cómo regresar a mi casa.
Lila se acercó volando, iluminando el oscuro sendero con su brillante luz.
- No te preocupes, Sofía. Yo te ayudaré a encontrar el camino. Sígueme - dijo Lila con confianza.
Sofía miró a su alrededor con ojos asustados, pero la luz de Lila le dio un poco de esperanza.
- ¡Gracias, Lila! - exclamó Sofía mientras empezaba a caminar tras la luciérnaga.
Ambas comenzaron el recorrido, pero a medida que avanzaban, se toparon con un río caudaloso.
- ¡Oh no! - dijo Sofía. - ¿Cómo lo cruzamos?
Lila pensó por un momento.
- ¡Ya sé! - gritó. - ¡Usaremos las piedras! Son un poco resbaladizas, pero con cuidado podemos cruzar. ¡Vamos!
Las dos avanzaron con precaución y lograron atravesar el río. Pero al llegar a la otra orilla, se encontraron con un gran muérgano que estaba bloqueando el camino.
- ¿Qué vamos a hacer ahora, Lila? - preguntó Sofía, un poco asustada.
- Espera, tengo una idea - dijo Lila. Se acercó al muérgano y le preguntó: - Perdoname, querido muérgano, pero necesitamos pasar. ¿Te gustaría acompañarnos a casa? Hay un bello atardecer esperándote del otro lado.
El muérgano se quedó pensando y miró a Sofía.
- Nunca he visto un atardecer - confesó el muérgano con un tono melancólico. - Siempre me quedo aquí atrapado.
- ¡Ven con nosotras! ¡Te prometo que será hermoso! - animó Lila.
El muérgano asintió, y con un gran esfuerzo, se movió a un lado, permitiéndoles pasar.
Sofía y Lila continuaron su camino, y por fin llegaron a un claro donde la luna brillaba intensamente.
- ¡Mirá, Sofía! - exclamó Lila. - ¡Hay un hermoso atardecer! Y ahora, solo necesitamos seguir este sendero y pronto llegarás a casa.
Sofía sonrió, llena de gratitud.
- No sé qué haría sin vos, Lila. Gracias por ayudarme a cruzar el río y por ser tan valiente.
Pero antes de que Lila pudiera responder, un búho apareció de entre las ramas.
- ¿Qué hacen dos pequeñas interrupiendo mi noche tranquila? - preguntó el búho con un tono serio.
Sofía se asustó un poco, pero Lila, siempre valiente, dijo:
- ¡Estamos ayudando a Sofía a volver a casa, búho! ¿Podrías ayudarnos con más luces? ¡Hay muchas sombras aquí y eso asusta a mi amiga!
El búho, sorprendido por la audacia de Lila, decidió ayudar.
- Está bien, pequeña luciérnaga, te ayudaré. - Con ese dicho, abrió sus alas y comenzó a volar en círculos, iluminando el sendero con su luz plateada.
Sofía sonrió y Lila pulsó con su luz, feliz de tener un nuevo amigo.
- ¡Gracias, búho! - gritaron juntas.
Sofía, entre risas y saltos, siguió el camino iluminado y se sintió valiente.
Finalmente, tras un largo recorrido, Sofía llegó a su casa. Abrió la puerta y se volvió hacia Lila, quien seguía brillando en la oscuridad.
- No quiero que te vayas, Lila. Eres la mejor amiga que podría haber tenido en esta aventura. -
- Siempre estaré aquí, Sofía. Siempre que necesites luz en la oscuridad, solo ten que mirar al cielo - respondió Lila, mientras alzaba el vuelo hacia la noche estrellada.
Y así, Sofía aprendió que, en los momentos de confusión y miedo, incluso la más pequeña luz puede hacer una gran diferencia. Y que siempre hay amigos listos para ayudar si uno se atreve a pedirlo.
FIN.