La piedra mágica de los jíbaros



Había una vez en la selva amazónica, un grupo de jíbaros que se dedicaba a la caza y la pesca para sobrevivir.

Un día, mientras exploraban el bosque en busca de frutas, se encontraron con una piedra que se movía de manera extraña. Los jíbaros, asombrados por este descubrimiento, decidieron llevarla a su aldea para investigarla más de cerca. Al llegar, el chamán de la tribu, Tukumana, observó con curiosidad la extraña piedra y pronunció unas palabras mágicas.

De repente, la piedra se iluminó con un resplandor dorado y comenzó a hablar. "Hola, jíbaros. Soy una piedra mágica que ha estado esperando por siglos a que alguien me encuentre.

Tengo el poder de conceder un deseo a aquellos que sean dignos de mi magia", dijo la piedra con voz suave. Los jíbaros, emocionados y sorprendidos, se preguntaron entre sí qué deseo podrían pedir.

Kakatiri, el joven más valiente de la tribu, sugirió que podrían pedir prosperidad y abundancia para su aldea. Pero el anciano jefe, Yarina, reflexionó y les recordó la importancia de no abusar de los poderes mágicos.

"Hijos míos, la verdadera sabiduría está en aprender a vivir en armonía con la naturaleza y a ser agradecidos por lo que ya tenemos. No debemos pedir más de lo necesario, pero podríamos desear sabiduría para tomar decisiones sabias que beneficien a nuestra tribu y a la selva que nos brinda todo lo que necesitamos", dijo Yarina con seriedad.

Los jíbaros asintieron con respeto y admiración hacia su sabio líder.

Entonces, Tukumana, con una sonrisa en su rostro, se acercó a la piedra mágica y formuló el deseo: "Oh, piedra mágica, deseamos que nuestra tribu y todos sus miembros sean bendecidos con la sabiduría para tomar decisiones que beneficien a nuestro hogar y a la naturaleza que nos rodea". La piedra mágica brilló con intensidad y a continuación, una suave lluvia de luz dorada cayó sobre la aldea jíbara.

Desde ese día, la tribu experimentó una nueva era de unidad, sabiduría y prosperidad. Aprendieron a cuidar la selva con mayor respeto y a tomar decisiones que promovieran el equilibrio entre su comunidad y la naturaleza.

La piedra mágica se quedó en la aldea como un recordatorio de la importancia de vivir en armonía con el entorno. Y los jíbaros, agradecidos por la lección aprendida, vivieron en paz y prosperidad el resto de sus días.

FIN.

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