La Pizarra Encantada de Lucas


Había una vez en Pueblo Maravilla, un niño llamado Lucas. Lucas era conocido por ser curioso y aventurero, siempre en busca de nuevas experiencias y emociones.

Un día soleado de primavera, decidió explorar un bosque cercano que había escuchado rumores de que estaba lleno de misterios. Mientras caminaba entre los árboles centenarios y el suave murmullo del arroyo, Lucas divisó un viejo árbol con una extraña marca en su tronco.

Intrigado, se acercó lentamente y descubrió una pizarra mágica escondida entre las raíces del árbol. Las tizas brillantes que reposaban junto a la pizarra parecían susurrarle al oído invitándolo a dibujar.

Sin dudarlo, Lucas tomó una tiza azul y comenzó a trazar líneas en la pizarra mágica. Para su sorpresa, cada trazo cobraba vida al instante, llenando el bosque de luz y color.

Los árboles empezaron a mecerse al ritmo de la brisa que surgía de los dibujos; los pájaros cantaban melodías nunca antes escuchadas; las flores desprendían un perfume embriagador. Emocionado por esta maravillosa experiencia, Lucas siguió dibujando con entusiasmo.

Creó un sol radiante que iluminaba todo a su paso, ríos cristalinos que serpentean entre las rocas y animales fantásticos que danzaban alrededor suyo. Cada trazo era único y especial, reflejando la creatividad sin límites del joven explorador. De repente, mientras dibujaba un puente arcoíris que cruzaba sobre un lago encantado, escuchó una risa traviesa a sus espaldas.

Se dio vuelta rápidamente y vio a una hada diminuta posada sobre una hoja bailando al compás de la música creada por sus dibujos. "¡Hola! Soy Iris, guardiana del bosque encantado", dijo el hada con voz dulce y chispeante.

Lucas sonrió maravillado por conocer a Iris. "¿Cómo logras dar vida a tus creaciones?" preguntó él intrigado. "Es gracias al poder mágico que llevas dentro", respondió Iris con complicidad. Lucas sintió un escalofrío recorrer su cuerpo ante estas palabras.

Iris le explicó que cada trazo reflejaba no solo su imaginación sino también sus deseos más profundos y emociones escondidas. Le mostró cómo canalizar esa energía positiva para crear un mundo lleno de amor, alegría y esperanza en medio del bosque encantado.

A partir de ese día, Lucas visitaba regularmente el viejo árbol para seguir explorando su creatividad junto a Iris.

Aprendió el valor de expresarse libremente a través del arte y descubrió el poder transformador que tenía cada uno de sus pensamientos plasmados en la pizarra mágica. Con el tiempo, el bosque se convirtió en un lugar legendario donde criaturas fantásticas coexistían en armonía gracias a los dibujos vivientes de Lucas.

Su fama como artista se extendió más allá de Pueblo Maravilla e inspiró a otros niños a buscar la magia dentro de sí mismos para crear un mundo mejor.

Y así fue como Lucas comprendió que la verdadera magia no residía en lo extraordinario sino en lo cotidiano; en la capacidad infinita del ser humano para soñar con los ojos abiertos y hacer realidad aquello en lo que cree con todo su corazón.

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