La playa de los buenos deseos



Érase una vez, en una hermosa costa de la antigua Grecia, un pequeño pueblo llamado Nautilia. En Nautilia, los habitantes tenían una curiosa tradición: para atraer la buena fortuna y alejar la mala suerte, se bañaban en el mar sin ropa. Todos los niños y adultos sabían que el agua del océano tenía poderes mágicos que podían traer alegría y felicidad si se disfrutaba de manera libre y natural.

Un día, dos hermanos, Elia y Teo, decidieron que era hora de probar esta tradición. Tenían tantas ganas de jugar en el mar que, al amanecer, apenas salió el sol, decidieron correr hacia la playa. Sin embargo, mientras corrían, se encontraron con su amigo Ciro, un niño un poco más tímido que siempre usaba ropas largas y coloridas cuando iba a la playa.

"¡Hola, Ciro!", exclamó Elia emocionada. "¡Ven con nosotros! ¡Hoy es un día perfecto para bañarse en el mar!".

Ciro se detuvo y miró hacia su ropa. "No sé, chicos. ¿Y si me da vergüenza? Este es el primer día que salgo así, sin nada puesto."

Teo le dio una palmadita en la espalda. "No te preocupes, Ciro. Es parte de nuestra tradición. Además, el agua es tan refrescante y divertida. ¡Te prometemos que te va a encantar!"

Ciro suspiró, pero al ver la emoción en los rostros de sus amigos, decidió intentarlo. Así que se desnudó y juntos corrieron hacia el agua. Cuando sintieron el primer toque de las olas, se llenaron de risas y gritos de alegría.

"¡Mirá cómo saltan las olas!", gritó Elia, mientras se zambullía en el agua.

De repente, algo inusual sucedió. Mientras jugaban, Elia encontró una pequeña botella flotando en el agua. "¿Qué será esto?"

Al abrir la botella, un papel antiguo salió volando. Teo lo atrapó antes de que se fuera.

"¡Es un mensaje! Dice: 'Quien encuentre esta botella, se le concederá un deseo, pero solo si se baña con un corazón puro'".

Ciro comenzó a pensar en lo que podría desear. "Yo quiero que tengamos todos los juguetes del mundo para jugar".

Teo lo miró y respondió: "Pero eso no traerá verdadera alegría. ¿Qué tal si deseamos que el pueblo de Nautilia siempre tenga felicidad y amor?"

Elia sonrió. "Sí, eso sería mucho mejor. Pero debemos estar seguros de tener el corazón puro. Así que, ¿qué haremos?"

Decidieron hacer una pequeña ceremonia en la orilla. Se tomaron de las manos y, con el mar brillando ante ellos, comenzaron a hablar de lo que más amaban de su pueblo.

"Amo las risas y las historias que contamos", dijo Elia.

"Y me encanta que siempre ayudamos a los demás", agregó Teo.

"Yo deseo que siempre podamos jugar juntos y seamos amigos para siempre", concluyó Ciro.

Mientras hablaban, una suave brisa empezó a soplar, llenando el aire de alegría. De repente, las olas comenzaron a moverse en círculos, formando un extraordinario remolino de agua.

"¡Miren!", gritó Elia, apuntando al centro del remolino. En un momento mágico, un destello de luz salió del agua y todos sintieron una calidez en sus corazones.

Cuando el remolino se desvaneció, un pequeño pez dorado nadó alrededor de ellos, como si estuviera danzando.

"¡Lo logramos!", exclamó Teo. "Siento que nuestro deseo fue escuchado. La magia del mar nos ha llenado de buenos deseos".

Los niños continuaron jugando, riendo y disfrutando de su día en la playa. Desde entonces, Ciro nunca volvió a tener miedo de desnudarse en el mar, y aprendieron que el verdadero tesoro no eran los juguetes, sino la felicidad que compartían, la libertad de disfrutar plenamente y la magia que surgía cuando todos tenían un corazón puro.

Y así, en Nautilia, la tradición se mantuvo viva. Cada vez que alguien encontraba una botella en el mar, sabían que el poder de los buenos deseos estaba a su alcance.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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