La plaza de los guardianes limpios


Había una vez una niña llamada Valentina, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de hermosos campos verdes. Lo que más le gustaba hacer era ir a la plaza con su abuela Lili.

Cada tarde, después de la escuela, Valentina corría hacia la casa de su abuela para contarle todas sus aventuras del día y juntas se dirigían a la plaza. La plaza era un lugar mágico lleno de risas y juegos.

Había columpios altos que te hacían volar por el cielo, toboganes gigantes que te llevaban hasta el infinito y más allá, y un gran arenero donde podías construir castillos como todo un arquitecto.

Un día, mientras Valentina y su abuela disfrutaban del sol en la plaza, notaron algo extraño. Un cartel colgado en uno de los árboles decía: "¡Se busca ayuda para cuidar la plaza!". Ambas miraron emocionadas el anuncio y decidieron ofrecerse voluntarias.

Desde ese día, Valentina y Lili se convirtieron en las guardianas de la plaza. Juntas limpiaban los senderos llenos de hojas secas, regaban las flores marchitas y pintaban los juegos desgastados.

La gente del pueblo les agradecía por mantener la plaza tan bonita e incluso algunos vecinos se sumaron para ayudarlas. Pero un buen día, cuando llegaron a la plaza después de un largo fin de semana sin poder visitarla debido a una tormenta fuerte, quedaron asombradas al encontrarla llena de basura y descuidada.

Al parecer alguien había dejado atrás toda esa suciedad. Valentina estaba triste y enojada, no entendía cómo alguien podía arruinar algo tan especial para ella. Sin embargo, su abuela Lili le dijo: "No te preocupes, Valentina.

A veces la gente se olvida de lo valioso que es cuidar y respetar los espacios públicos. Pero podemos hacer algo al respecto". Lili tuvo una idea maravillosa. Decidió organizar un día de limpieza comunitaria en la plaza.

Hicieron carteles y distribuyeron volantes por todo el pueblo invitando a todos los vecinos a unirse a ellos. El día señalado, muchas personas se presentaron con bolsas de basura y guantes para ayudar a limpiar la plaza.

Fue increíble ver cómo todos trabajaban juntos para devolverle su brillo perdido. Después de varias horas de trabajo duro, la plaza estaba más hermosa que nunca. Valentina se sentía feliz al ver cómo el esfuerzo colectivo había hecho posible restaurar aquel lugar especial.

Desde ese día, las personas del pueblo aprendieron la importancia de cuidar y respetar los espacios públicos. La plaza se convirtió en un símbolo de unidad y colaboración.

Valentina seguía disfrutando cada tarde en la plaza junto a su abuela Lili, pero ahora también compartían el orgullo de haber contribuido a mantenerla siempre bonita.

Y así, gracias al amor y dedicación de Valentina y su abuela Lili, la plaza se convirtió en un lugar donde todos podían jugar, reír y disfrutar del aire libre sin preocuparse por encontrarla descuidada o sucia.

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