La pomada mágica del ratón Pérez



El sol brillaba en el cielo azul y las flores del jardín se mecían suavemente con la brisa. El ratón Pérez había tenido un día muy ajetreado reagarrando dientes de leche de los niños que habían caído esa noche.

Estaba tan agotado que decidió buscar un lugar tranquilo para descansar. Se adentró en una pequeña madriguera escondida detrás de un rosal y, allí, se acurrucó sobre un montoncito de hojas secas.

Cerró sus ojitos y, poco a poco, se dejó llevar por el sueño. Mientras tanto, en el bosque cercano, dos hermanitas llamadas Sofía y Valentina jugaban entre los árboles. De repente, Valentina tropezó y cayó al suelo, haciéndose daño en la rodilla.

"¡Ay! ¡Me duele mucho!" -lloriqueaba Valentina mientras se abrazaba la pierna. Sofía, preocupada por su hermana, no sabía qué hacer para calmarla. Fue entonces cuando vio a lo lejos la madriguera del ratón Pérez y tuvo una idea brillante.

"¡Valen! Ven conmigo rápido", exclamó Sofía tomando la mano de su hermana y corriendo hacia la madriguera. Al llegar allí, encontraron al ratón Pérez profundamente dormido.

Sofía recordaba las historias que les contaban sobre él: cómo ayudaba a los niños dejando moneditas debajo de sus almohadas cuando perdían un diente. Con cuidado, Sofía despertó al ratón Pérez y le contó lo que le había pasado a Valentina.

El ratón abrió sus ojitos somnolientos y escuchó atentamente la historia de las niñas. "Tranquilas chicas, yo tengo algo que puede ayudarte", dijo el ratón Pérez con voz amable. Del bolsillo de su chaleco sacó una pomada mágica hecha a base de hierbas del bosque que tenía poderes curativos.

Con delicadeza, untó un poco de pomada en la rodilla lastimada de Valentina y en pocos minutos el dolor desapareció como por arte de magia. Las niñas miraban maravilladas cómo la pomada del ratón Pérez había sanado a Valentina tan rápidamente.

Le dieron las gracias efusivamente al pequeño roedor antes de despedirse y regresar a casa felices y contentas. El ratón Pérez volvió a acurrucarse en su madriguera pero esta vez con una sonrisa en su rostro.

Había descubierto que ayudar a los demás era una tarea gratificante que llenaba su corazón de alegría. Y así siguió velando por los niños del mundo con su magia y bondad infinitas mientras seguía reagarrando sus dientes perdidos cada noche.

FIN.

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