La Posada Encantada
Después de horas de cabalgar por caminos embarrados y bajo una lluvia persistente, Don Quijote y Sancho Panza divisaron una luz en la distancia. La posada que se alzaba ante ellos parecía un refugio acogedor.
- ¡Mira, Sancho! -exclamó Don Quijote con su voz llena de esperanza-. ¡Una posada!
- Sí, mi amo -respondió Sancho, secándose la frente-, pero espero que no sea un lugar de locos como algunos que hemos visto.
Ambos se acercaron a la entrada de la posada y, al cruzar la puerta, fueron recibidos por una luz cálida y un aroma a pan recién horneado. Sin embargo, lo que más llamó la atención de Don Quijote fueron los murales en las paredes que parecían cobrar vida.
- Mirá esos dibujos, Sancho -dijo Don Quijote, señalando un mural que mostraba un dragón enorme-. ¡Aquí hay historias que contar!
Mientras se acomodaban en una mesa, una anciana apareció, trayendo comida y bebida. Les sonrió y dijo:
- Bienvenidos, caballeros. Esta posada es conocida por sus leyendas, pero también es conocida como la posada encantada. Aquí las historias cobran vida y si un viajero tiene el valor, puede encontrar su destino.
- ¿Destino? -preguntó Sancho, con curiosidad pero también un poco asustado.
- Sí -respondió la anciana-. Aquí, los sueños y las historias vienen a buscar a aquellos que creen en la magia.
- ¡Solo es un cuento, Sancho! -dijo Don Quijote, emocionado-. Debemos estar listos para cualquier aventura.
Mientras comían, las luces de la posada comenzaron a parpadear y las imágenes en las paredes comenzaron a moverse. De pronto, un pequeño duende apareció en la mesa.
- ¡Hola, amigos! -saludó el duende con una vocalización chispeante-. Soy Pip, guardián de esta posada.
- ¿Un duende? -exclamó Sancho, atónito.- ¡Esto se pone cada vez más raro!
- No se asusten -dijo Pip-. Estoy aquí para ofrecerles una misión. En el bosque cercano, hay un tesoro perdido, y solo quienes tengan un gran corazón pueden encontrarlo.
Don Quijote se iluminó al escuchar esto.
- ¡Una aventura, Sancho! ¿Qué decís?
- ¿Podemos descansar primero? -preguntó Sancho, aún preocupado por su cansancio.
- ¡No hay tiempo que perder! -dijo Don Quijote, levantándose.- ¡Vamos a buscar ese tesoro!
Salieron de la posada, siguiendo las indicaciones de Pip. Pronto se encontraron en un denso bosque lleno de árboles altos y brisas suaves.
- Este lugar es mágico -observó Don Quijote, mirando a su alrededor.
- ¡Pero da mucho miedo, mi amo! -respondió Sancho, con una pizca de temor en su voz.
Después de caminar un rato, llegaron a un claro donde se encontraba un árbol enorme, la leyenda aseguraba que el tesoro estaba enterrado a sus pies.
- ¿Vendrá el duende a ayudarnos? -preguntó Sancho, mirando los alrededores.
- Debemos cavar -insistió Don Quijote.
- Y si hay algo, me gustaría que sea un buen jamón, porque este camino me dejó con hambre -dijo Sancho, recordando la comida.
Comenzaron a cavar con sus manos, pero a medida que profundizaban, notaron que el suelo estaba cada vez más húmedo y oscuro. De repente, Sancho encontró un cofre pequeño, cubierto de barro.
- ¡Lo encontré, mi amo! -gritó, saltando de felicidad.
Don Quijote se acercó y, uniéndose a su esfuerzo, levantaron el cofre. Con gran expectación, lo abrieron, pero en lugar de oro y joyas, encontraron un brillo especial que iluminó sus rostros.
- ¡Son palabras! -exclamó Don Quijote.
- ¿Palabras? -preguntó Sancho, observando los papeles escritos a mano.
- Sí, palabras llenas de historias y enseñanzas -respondió Don Quijote, leyendo uno de los papeles en voz alta.
Las palabras hablaban sobre la amistad, la valentía, y el valor de los sueños. Y así, cada hoja contenía una enseñanza que los hizo reflexionar.
- Esto es más valioso que el oro -dijo Don Quijote, emocionado.
- Tenés razón, mi amo. -Asintió Sancho, sonriendo.
Regresaron a la posada con el cofre y compartieron las enseñanzas con todos. La anciana sonrió al ver su felicidad.
- Ustedes encontraron el verdadero tesoro: el poder de las palabras y las historias que conectan a las personas -les dijo.
Don Quijote y Sancho, cansados pero contentos, comprendieron que la magia estaba en compartir lo aprendido y vivir nuevas aventuras juntos.
Y así, se despidieron de la posada encantada, con el corazón lleno de historias y la promesa de seguir buscando tesoros, no solo en el mundo, sino también en cada pequeño momento de la vida.
FIN.