La Princesa Ana y el Tesoro de la Amistad



Érase una vez en un Reino de colores brillantes y sueños encantados, una hermosa princesa llamada Ana. Ana era conocida por su amabilidad, su risa contagiosa y su deseo de hacer amigos en todos los rincones del reino. Todos los animales del bosque acudían a ella, y los niños del pueblo la adoraban.

Sin embargo, Ana vivía con una madrastra muy estricta y malhumorada llamada Doña Griselda. Doña Griselda siempre estaba ocupada tratando de convertir a Ana en la princesa perfecta, pero no tenía en cuenta que Ana solo quería ser ella misma y hacer felices a los demás.

Un día, Doña Griselda, cansada de las travesuras de Ana, decidió llevarla al Mercado Real.

"Ana, hoy quiero que te comportes como una princesa y que no hables con nadie. Estarás dedicada a aprender las enseñanzas del protocolo de la corte" - ordenó Doña Griselda, con una mirada seria.

Ana se sintió triste, pero decidió que intentaría hacer lo que su madrastra decía. Mientras caminaban por el mercado, Ana vio a un grupo de niños jugando a la pelota. Su corazón palpitó de alegría al verlos, así que, olvidándose de las órdenes de su madrastra, los saludó con entusiasmo.

"¡Hola! ¿Puedo jugar con ustedes?" - preguntó Ana, sonriendo.

Los niños, maravillados por su amabilidad, le respondieron:

"¡Claro, Ana! Ven, únete a nosotros!"

Doña Griselda frunció el ceño.

"Ana, te dije que no hables con extraños. ¡Vamos!"

Pero justo en ese momento, un pequeño perrito apareció de entre la multitud, asustado y perdido. Con su corazón lleno de compasión, Ana se agachó y le habló con dulzura:

"No tengas miedo, pequeño. Estoy aquí para ayudarte. ¿Dónde está tu dueño?"

El perrito, sintiéndose seguro, movió su cola y comenzó a ladrar en dirección a un niño que lo buscaba. Ana, sin pensarlo, siguió al perrito hacia el niño, que la miró con agradecimiento.

"¡Gracias, Ana! ¡Pensé que lo había perdido para siempre!" - exclamó el niño.

"Siempre que pueda ayudar, lo haré" - respondió Ana feliz, mientras el perrito se lanzaba a los brazos de su dueño.

Doña Griselda, viendo la bondad de su hijastra, se sintió frustrada, pero también un poco conmovida por la alegría que Ana llevaba a los demás. Al caer la tarde, regresaron al castillo, y la madrastra decidió encerrar a Ana en su habitación, para que no hiciera más amistades y siguiera con el protocolo.

Sin embargo, esa noche, Ana escuchó un suave murmullo fuera de su ventana. Era el niño del mercado, acompañado por los otros niños y los animales del bosque, que habían venido a visitarla.

"Ana, ven a jugar con nosotros en el bosque a la mañana" - le susurró el niño.

Ana no pudo resistir y, llenándole el corazón de valientes decisiones, decidió escapar por la ventana para unirse a sus amigos.

Al llegar al bosque, fue recibida con gritos de felicidad.

"¡Ana! ¡Qué bien que viniste!" - gritaron todos al unísono.

Jugaron, rieron y construyeron una cabaña de ramas y hojas, creando un hermoso refugio donde compartieron momentos mágicos. Pero, mientras jugaban, un oscuro nublaje cubrió el cielo y un viento fuerte vino a perturbar su alegre encuentro. Un ruido ensordecedor atrajo su atención: un enorme dragón había llegado. Todos gritaron con temor, pero Ana, recordando sus enseñanzas de amabilidad y valentía, propuso un plan.

"No debemos asustarnos, debemos ser amigos del dragón. Tal vez esté solo y solo busca compañía" - sugirió Ana.

El grupo, temeroso pero decidido, decidió acercarse despacito al dragón. Ana se acercó primero y le habló con voz suave:

"¡Hola! Soy Ana. No queremos hacerte daño. ¿Estás solo?"

El dragón, sorprendido por la valentía de la princesa, bajó la cabeza y empezó a sollozar.

"Nadie quiere jugar conmigo porque dicen que soy un dragón malo. Pero en realidad solo quiero amigos" - dijo el dragón.

Ana se puso triste por él y dijo:

"Todos somos distintos, pero eso no significa que no puedan ser amigos. ¿Te gustaría jugar con nosotros?"

El dragón, con los ojos brillantes como estrellas, aceptó y pronto se unió a sus juegos, llenando el bosque de risas y alegría.

Doña Griselda, al enterarse de las hazañas de Ana y su nuevo amigo, no pudo evitar sentir una punzada de admiración. Se dio cuenta de que lo que había estado tratando de hacer, encerrar a la princesa en un molde rígido, no era lo que realmente necesitaba. En lugar de buscar la perfección, Ana añadía amor y amistad al mundo.

Así, un día después, Doña Griselda visitó a Ana en el bosque.

"Ana, quiero disculparme por no dejarte ser tú misma. He visto lo que lograste hoy y estoy orgullosa de ti. Tal vez pueda aprender a ser más como estás tú" - dijo Doña Griselda, sonriendo.

Ana, con una sonrisa de oreja a oreja, respondió:

"Siempre es un buen día para aprender, Doña Griselda. La amistad nos hace más fuertes" - dijo Ana mientras tomaba de la mano a su madrastra y a su nuevo amigo dragón.

Desde aquel día, el castillo se llenó de risas, alegrías y amistades. Ana, con su espíritu bondadoso, demostró que la verdadera belleza de una princesa no está en lucir perfecta, sino en compartir amor y alegría con los demás. Y así, el Reino se transformó, floreciendo en un lugar donde todos podían ser quienes realmente eran, amigos entre sí.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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