La Princesa Ana y las Galletas Mágicas
Había una vez una hermosa princesa llamada Ana, que vivía en un magnífico castillo rodeado de un exuberante jardín lleno de flores de todos los colores. Ana era conocida en todo el reino, no solo por su belleza, sino también por su gran amor hacia las galletas. Cada día, en la cocina del castillo, el chef Roberto preparaba las más deliciosas galletas que se pudieran imaginar.
Un soleado día de primavera, Ana se despertó con un antojo enorme de galletas. "¡Hoy es un gran día para comer galletas!"- dijo mientras saltaba de la cama.
Corrió a la cocina donde el aroma de galletas recién horneadas llenaba el aire. "¡Hola, Chef Roberto!"- exclamó Ana, "¿Qué galletas hiciste hoy?"-
"Hice galletas de chocolate, de vainilla, y algunas con trocitos de nuez"-, respondió Roberto. "Pero recuerda, Ana, que debes comer con moderación"-.
Ana sonrió, "Claro, claro"-, pero en su corazón sabía que no era buena para respetar las porciones. Así que, sin pensar mucho, comenzó a probar galleta tras galleta.
Después de unos minutos, encontró un frasco antiguo en un rincón de la cocina. "¿Qué es esto?"- se preguntó mientras lo abría. Para su sorpresa, era un tarro lleno de galletas de colores brillantes. "¡Wow, galletas mágicas!"- gritó Ana con emoción. "¡Debo probarlas!"-
Mientras mordía una de las galletas mágicas, sintió una energía especial recorrer su cuerpo. "¡Esto es increíble!"- pensó. De repente, comenzó a bailar en la cocina. "¡Ven, Chef Roberto! ¡Tienes que probar estas galletas!"-
Roberto se acercó y, al ver a Ana tan emocionada, decidió unirse a la diversión. Pero pronto, a medida que Ana seguía comiendo galletas mágicas, se dio cuenta de que empezaba a sentirse un poco diferente.
"Ana, creo que deberíamos parar un momento"-, sugirió Roberto, con voz preocupada. "No quiero que te sientas mal"-.
Pero Ana, aún en su mundo de galletas, no le hizo caso. Al final, había devorado casi todo el frasco. "¡Estoy tan feliz!"- dijo Ana, pero de pronto se sintió un poco pesada.
"Creo que he comido demasiadas galletas"- confesó, mientras se sentaba en una silla, sintiendo que su energía se desvanecía.
Roberto la miró y le dijo "Ana, ¿no te enseñaron que a veces, lo que parece bueno en exceso puede hacernos sentir mal?"-
Ana se dio cuenta. Había dejado que su amor por las galletas la llevara a un extremo. "Lo siento, Roberto. Quería disfrutar, pero no pensé en el equilibrio"-.
Desde ese día, Ana aprendió a disfrutar de sus galletas, pero también a respetar sus límites. Cada semana, organizaba un día especial para comer galletas, pero siempre recordaba a Roberto y su consejo: "¡Todo con moderación!"-
Así, la princesa Ana siguió disfrutando de su dulce amor, pero ahora compartía sus galletas con los habitantes del reino, haciendo de cada semana un momento especial y lleno de alegría.
Y así, no solo se convirtió en la princesa más dulce del reino, sino también en la más sabia.
FIN.