La Princesa Dalia y el Poder de las Palabras
Era una hermosa mañana en el reino de Floralia, y la princesa Dalia se encontraba en el jardín del castillo, observando cómo los pétalos de las flores danzaban al ritmo del viento.
"¡Qué lindo día!" dijo Dalia para sí misma, pero al intentar expresar sus pensamientos en voz alta, las palabras se enredaron y se desvanecieron como humo. Dalia suspiró, sintiendo que algo siempre se interponía entre ella y los demás.
Un día, mientras exploraba el bosque encantado que rodeaba su hogar, se encontró con un pequeño dragón dorado.
"Hola, pequeña princesa, ¿por qué tan triste?" preguntó el dragón, moviendo su cola suavemente.
- No sé cómo hablarles a los demás, hasta mis pensamientos se mueven rápido y no puedo decir lo que siento - respondió Dalia con una voz temblorosa.
El dragón, que se llamaba Brillo, se acercó a ella y le dijo:
- Eso no es un problema, Dalia. A veces, las palabras se esconden, pero podemos hacer que regresen. ¿Te gustaría unirte a mí en una aventura mágica para encontrarlas?
Los ojos de Dalia se iluminaron con esperanza. - ¡Sí, me encantaría! - exclamó.
Brillo llevó a Dalia a través del bosque, donde se encontraron con criaturas parlantes: un búho sabio, un conejo bromista y una tortuga tranquila. Cada uno tenía un consejo para Dalia:
El búho dijo:
- Hablar es como volar; a veces necesitas dar un pequeño salto. No tengas miedo de expresar lo que sientes.
El conejo aconsejó:
- Usa la risa para romper el hielo. ¡Las palabras llegan más fáciles cuando son divertidas!
Y la tortuga añadió:
- La paciencia es clave. A veces, las palabras necesitan tiempo para florecer como las flores en tu jardín.
Dalia escuchó atentamente, tomando nota de cada consejo.
- Gracias a todos, prometo practicar - dijo agradecida.
Brillo sonrió. - Ahora es momento de regresar al castillo y poner en práctica lo que aprendiste.
De vuelta al castillo, Dalia se sintió nerviosa pero determinada. Al llegar, vio que su padre, el rey, estaba hablando con algunos consejeros. Se acercó, temblando un poco, y dijo:
- ¡Papá! - su voz sonó clara y fuerte, sorprendiendo incluso a ella misma. - Quiero compartir una idea sobre cómo podemos mejorar el jardín real.
Los consejeros se giraron, atentos. - ¡Cuéntame, Dalia! - respondió el rey con entusiasmo.
Con cada palabra que salía, Dalia se sentía más segura. Recordó los consejos del bosque y, para su sorpresa, las palabras fluyeron como un río.
- Podríamos plantar más flores que atraigan mariposas y hacer un sendero de piedras para que las personas disfruten del paseo - sugirió con una sonrisa.
Los ojos del rey brillaron,
- ¡Es una idea maravillosa! - y todos aplaudieron.
Dalia había superado su miedo. En ese momento, entendió que a veces solo necesitaba un pequeño empujón y mucha práctica. Con el tiempo, las palabras ya no se enredaban y Dalia descubrió que podía compartir su inteligencia y su noble corazón con todos a su alrededor.
Esa noche, cuando miró por la ventana de su habitación, vio a Brillo volando en el cielo estrellado.
- ¡Gracias, Brillo! - gritó emocionada. - ¡Lo logré!
El dragón sonrió desde lejos y, así, Dalia se sintió lista para cualquier desafío. Aprendió que la magia no solo estaba en las flores y el entorno, sino también dentro de ella misma.
Desde ese día, la princesa Dalia continuó hablando, riendo y compartiendo sus pensamientos, inspirando a otros con su valentía, y nunca olvidó que las palabras son un regalo que todos pueden aprender a dar.
Y así, en un reino lleno de flores, nubes y magia, Dalia se convirtió en una princesa cuya voz siempre resonaría con dulzura y claridad.
FIN.