La Princesa del Castillo Triste



Érase una vez, en un reino muy lejano, una princesa llamada Valeria que vivía en un castillo triste. Aunque tenía todo lo que deseaba: lujos, hermosos vestidos y árboles llenos de frutas, su corazón estaba lleno de melancolía. La razón de su tristeza era que no podía salir del castillo, encerrada por un hechizo que había lanzado una malvada bruja hace muchos años.

Un día, mientras miraba por la ventana, la princesa vio a un grupo de niños jugando en el bosque. Sus risas resonaban como melodías mágicas. "Quiero ser parte de eso", pensó Valeria.

Se sintió más triste que nunca. "Pronto será mi cumpleaños y aún no tengo un solo amigo con quien compartirlo", susurró al viento, esperando que él escuchara su deseo.

Esa noche, mientras preparaba su fiesta, escuchó un murmullo. Una pequeña luciérnaga entró por la ventana. "¿Qué te pasa, princesa?" -preguntó la luciérnaga con voz dulce. "Estoy triste porque no puedo salir y jugar como los demás niños".

La luciérnaga sonrió y empezó a brillar más intensamente. "Tal vez te pueda ayudar. Si lográs romper el hechizo, podrás encontrar la felicidad que buscas."

Valeria, sorprendida, le preguntó, "¿Cómo hago eso?" "Debes encontrar el árbol de los sueños en el bosque, y pedirle un deseo auténtico y sincero".

Valeria sintió una chispa de esperanza. "Pero, ¿cómo voy a salir del castillo?" La luciérnaga iluminó un mapa brillante en el aire. "Siguiendo este camino, llegarás al bosque. Pero cuidado, hay que librarse de las trampas de la bruja."

La princesa, llenándose de valentía, decidió que era hora de escapar. Esa noche, mientras todos en el castillo dormían, salió por la puerta trasera, siguiendo el mapa. Cada paso que daba la llenaba de emoción pero también de miedo.

Al llegar al bosque, se encontró con un camino lleno de flores resplandecientes. "¡Qué hermoso!" -exclamó. Pero a medida que avanzaba, notó unas sombras moviéndose entre los árboles. "¿Quién va ahí?" -dijo con voz firme, aunque su corazón palpitaba.

De pronto, aparecieron unos pequeños duendes. "¡Hola!" -dijeron al unísono. "No te asustes, somos amigos del bosque. ¿Estás buscando el árbol de los sueños?".

Valeria asintió. "Sí, necesito romper un hechizo y encontrar la felicidad". Los duendes se miraron entre ellos y uno de ellos, llamado Pip, habló: "Podemos ayudarte, pero sólo si superás algunas pruebas."

La primera prueba fue atravesar un río de burbujas. "Debés mantener la calma y no dejarte llevar por el miedo", le susurró Pip. Con un profundo suspiro, Valeria se lanzó y, a pesar de casi caer varias veces, logró cruzar.

La segunda prueba consistía en resolver un acertijo de una anciana tortuga que guardaba el paso. "¿Qué es lo que siempre vive, pero nunca crece?" -preguntó la tortuga. Después de pensar un rato, Valeria respondió: "La sabiduría". La tortuga sonrió, feliz con la respuesta. "¡Muy bien! Puedes pasar".

Finalmente, llegaron ante un majestuoso árbol con hojas que brillaban como estrellas. Era el árbol de los sueños. "Dale, Valeria, haz tu deseo!" -instruyó Pip.

Valeria cerró los ojos y, con toda su fe, dijo: "Deseo ser libre para poder jugar con otros y compartir mi felicidad". Al abrir los ojos, el árbol emitió una luz cálida y envolvente. Dos pequeñas llaves de oro cayeron de sus ramas.

"Estas son las llaves de tu felicidad. Debés usarlas con generosidad" -dijo la luciérnaga que había vuelto. "Ahora, ¡a jugar!"

Valeria regresó al castillo con las llaves en mano y un brillo en su corazón. Invocó las llaves y, como por magia, el hechizo se rompió. "¡Soy libre!" -gritó.

Los niños del pueblo escucharon su voz y corrieron hacia el castillo. "¡Princesa! ¿Podemos jugar?" Valeria sonrió, finalmente no estaba sola. "¡Por supuesto! Vamos a hacer una fiesta en el jardín".

Y así, Valeria jamás volvió a sentirse triste. Aprendió que la verdadera felicidad se comparte y que, a veces, necesitas dar el primer paso para descubrir lo que hay más allá de las paredes. Todos los días, su castillo brilló con risas y alegría, resplandeciendo en el corazón de quienes lo visitaban.

Y colorín colorado, esta historia se ha acabado.

FIN.

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