La Princesa, el Ogro y la Galleta Sabihonda
Era una vez, en un reino lejano, una princesa alta y hermosa llamada Valentina. Tenía una risa que iluminaba el castillo y el corazón de todos. Un día, mientras paseaba por el bosque, encontró a una extraña galleta de jengibre que podía hablar.
- ¡Hola, hermosa princesa! - dijo la galleta con una voz dulce. - Soy Gigi, la galleta de jengibre. Pero debo advertirte, más adelante hay un ogro feroz que no le gusta que lo molesten.
Valentina se quedó sorprendida. - ¡Hola, Gigi! ¿Un ogro feroz? ¿Por qué no te alejas de allí?
- Me gustaría, pero hay algo muy importante que debo hacer. - respondió Gigi. - Si logro hacer que el ogro se ría, se volverá amable.
Valentina pensó que era una idea valiente y decidió acompañar a Gigi. Mientras caminaban, se encontraron con una niña llamada Marisol, que era terca, de apariencia poco agraciada, pero con una valentía que sorprendía a todos. Se atrevió a interponerse en su camino.
- ¿Adónde van tan rápido? - preguntó Marisol con determinación.
- Vamos a ver al ogro feroz - respondió Valentina.
- No deberían ir. El ogro puede ser peligroso - dijo Marisol, cruzando los brazos.
- Pero Gigi necesita ayuda para hacer que el ogro se ría - insistió Valentina.
Marisol, aunque asustada, decidió que podía ayudar. - Yo también tengo una idea. - dijo, y juntos continuaron el camino.
Cuando llegaron a la cueva del ogro, lo encontraron roncando fuertemente. Gigi se adelantó y, con voz temblorosa, gritó:
- ¡Despierta, ogro! ¡Ven a conocer a tus visitantes!
El ogro, llamado Groth, se despertó de una manera feroz.
- ¡¿Quién osa perturbar mi sueño? ! - rugió, aterrándolos a todos.
Valentina, temblando, dio un paso al frente.
- ¡Hola, Groth! Venimos en son de paz. - dijo con una voz firme.
- ¡Te advierto que no tengo ganas de jugar! - replicó el ogro.
Gigi decidió que era hora de actuar. - ¡Pero Groth! ¿Nunca has escuchado chistes?
- ¡No! ¡Los chistes son para los débiles! - gruñó el ogro, cruzando los brazos.
- ¿Estás seguro? A veces, las cosas más simples pueden hacernos reír. - dijo Marisol, intentando un enfoque diferente. - Por ejemplo, ¿qué hace una galleta en el gimnasio?
- ¡No sé! - respondió Groth, intrigado.
- ¡Galletas de jengibre! ¡Se ejercitan para estar crujientes! - rió Marisol, quien a pesar de ser terca, tenía un don para hacer reír. Aunque la risa no salió de Groth, su rostro se suavizó un poco.
- ¡Eso fue tonto! - rió el ogro. - ¡Pero me gustó un poco!
Gigi no se detuvo ahí. - Y si quieres escuchar más, el próximo chiste es este: ¿Qué hace una galleta de jengibre en el mar?
Groth se sintió curioso, y volvió a preguntar: - ¿Qué?
- ¡Nada! - dijo Gigi, y por primera vez en mucho tiempo, Groth soltó una carcajada tan fuerte que hizo temblar las paredes de la cueva.
- ¡Ja, ja, ja! ¡Eso estuvo bueno! - exclamó Groth, su ferocidad desvaneciéndose.
La alegría fue contagiosa y Marisol, Valentina y Gigi siguieron contando chistes, uno tras otro, hasta que Groth se rió con ganas. Finalmente, el ogro había olvidado su ferocidad y se empezó a hacer amigo de ellos.
Cuando la tarde se convirtió en noche, Marisol dijo:
- ¡Es genial! No me imaginé que un ogro pudiera ser tan divertido.
- Te lo dije - dijo Gigi con una sonrisa. - Solo necesitaba encontrar la forma de hacernos reír.
Valentina, emocionada, agregó: - Y gracias a ustedes, ahora siento que podemos cambiar al mundo solo con risas.
Desde ese día, el ogro Groth se convirtió en el guardián del bosque, haciendo reír a todos los que pasaban por allí, junto a su amiga Gigi y la valiente Marisol.
Y así, la princesa, la galleta de jengibre, la niña terca y el ogro feroz aprendieron que con un poco de humor y valentía, se podían transformar los corazones más duros y crear amistades inesperadas. El verdadero secreto de la felicidad estaba en compartir risas y aceptar a los demás tal como son, más allá de las apariencias.
FIN.