La Princesa Estelar y sus Mariposas Mágicas



Era una vez, en un reino lleno de colores, una princesa llamada Isabela. Isabela era una joven curiosa y valiente, siempre soñando con aventuras más allá de los muros de su palacio. Una noche, mientras paseaba por el jardín del castillo, vio algo asombroso: una estrella fugaz que cruzaba el cielo. Con los ojos brillantes, exclamó:

- ¡Mirá, una estrella! ¡Voy a hacer un deseo!

Cerró los ojos y deseó tener la oportunidad de explorar el universo. Justo en ese momento, la estrella fugaz cayó cerca de ella, brillando intensamente. Isabela, sin pensar dos veces, se inclinó y tocó la estrella. Un destello de luz envolvió su cuerpo y, al despejarse, se dio cuenta de que le habían otorgado poderes mágicos.

- ¡Increíble! - gritó emocionada, mientras las mariposas que siempre la acompañaban danzaban a su alrededor.

Isabela se dio cuenta de que podía crear portales a otros mundos. Así que, sin dudarlo, decidió lanzarse a la aventura. Con un suave movimiento de manos, creó un portal que la llevó a un mundo lleno de fantasía, donde los árboles eran de caramelo y los ríos de chocolate.

Cuando aterrizó, un pequeño dragón de colores la recibió con entusiasmo:

- ¡Hola! Soy Floro, el guardián de este mundo. ¿Has venido a jugar?

- ¡Hola, Floro! - respondió Isabela, riendo -. No solo quiero jugar, también quiero conocer más sobre este lugar.

Juntos, recorrían el mundo encantado y descubrieron muchos secretos. Un día, mientras exploraban, encontraron un grupo de criaturas que lloraban.

- ¿Qué les pasa? - preguntó Isabela, preocupada.

- ¡Nuestro arcoíris se ha apagado! - sollozaron.

Isabela, con su nuevo poder, decidió ayudar. Con un toque de su mano, hizo que las mariposas danzaran en el aire creando una melodía mágica. Las mariposas empezaron a girar y brillar, llenando el cielo de colores, hasta que el arcoíris volvió a brillar.

- ¡Gracias, princesa! - gritaron las criaturas, saltando de alegría.

Isabela se sintió feliz, pero sabía que había más mundos por explorar. A través de portales, llegó a un reino helado donde todos estaban atrapados en invierno perpetuo. Allí conoció a una princesa llamada Luna.

- ¡Ayuda! - exclamó Luna. - Necesitamos calor para liberar nuestro hogar.

Isabela sonrió, pensando en cómo podría ayudarles. Convocó a sus mariposas, que comenzaron a revolotear en círculos, creando una esfera de luz cálida. El aire fresco se transformó en un suave calidez, derritiendo el hielo.

- ¡Lo lograste! - gritó Luna, abrazando a Isabela. - ¿Te gustaría quedarte aquí y ser parte de nuestro reino?

- Me encantaría, pero todavía hay muchos mundos por conocer. Aun así, siempre será parte de mi corazón - dijo Isabela, que con un susurro se despidió, prometiendo regresar.

Isabela continuó su viaje, ayudando siempre que podía. Sin embargo, las noches en el jardín del castillo la llamaban. Al regresar a su hogar, encontró a su madre, la reina, preocupada por su ausencia.

- Estoy bien, madre. Conocí mundos maravillosos y ayudé a muchos - contó Isabela, con los ojos brillantes de emoción.

La reina sonrió y abrazó a su hija.

- Estoy orgullosa de ti. Siempre recuerda que la verdadera magia está en ayudar a los demás.

Isabela aprendió que cada aventura traía consigo el valor, la amistad y el poder de ser un faro de esperanza. Desde entonces, todas las noches miraba al cielo estrellado, sabiendo que siempre habría una nueva aventura esperando por ella, junto a sus amigas mariposas, que la acompañarían en cada nuevo viaje.

Y así, la Princesa Estelar siguió explorando el universo, dejando aliados y risas a su paso, mientras sus mariposas danzaban en el aire, creando una estela de colores a su alrededor, recordándole a todos que la magia vive en compartir y ayudar.

FIN.

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