La Princesa Generosa
Había una vez, en un reino lejano, una princesa llamada Valentina. Valentina era conocida no solo por su belleza, sino también por su increíble egoísmo. Siempre pensaba en sí misma y nunca compartía nada con los demás. Si alguien pedía un pedazo de pastel, ella respondía:
"¡No! ¡Este pastel es sólo para mí!"
Mientras tanto, en el palacio, su madre, la reina, se preocupaba por la actitud de su hija.
"Valentina, cariño, deberías aprender a compartir con los demás. La vida es más hermosa cuando se da y se recibe."
"¡Pero mamá! ¡No quiero! ¿Por qué debería hacerlo?" replicaba la princesa.
Un día, mientras Valentina paseaba por el jardín real, se encontró con un extraño que parecía un viajero cansado. Tenía una mochila desgastada y una sonrisa cálida.
"Hola, princesa. ¿Te gustaría saber un secreto?" preguntó el viajero.
Valentina, intrigada, lo miró y respondió:
"¿Un secreto? Sí, ¿qué es?"
"El verdadero tesoro no se encuentra en el oro o en los lujos, sino en la generosidad y la amistad."
Valentina se rió y dijo:
"Eso suena aburrido. Yo prefiero mi palacio y mis joyas."
El viajero sonrió y, mientras se alejaba, murmuró:
"Tal vez algún día lo entienda."
Al día siguiente, Valentina decidió organizar un gran baile en el palacio. Se puso su vestido más hermoso, pero cuando llegó el momento de invitar a los demás, sólo invitó a los príncipes más ricos y sus amigos.
El día del baile, el lugar estaba lleno de música, risas y luces. Sin embargo, Valentina se dio cuenta de que a pesar de todo el lujo, sentía una extraña soledad. Nadie parecía realmente interesado en ella; solo estaban allí por su fortuna.
De repente, la puerta del palacio se abrió de par en par y entró un grupo de niños del pueblo, llenos de alegría. Se acercaron a la princesa y uno de ellos, un niño llamado Lucas, le dijo:
"¡Hola, princesa! ¡Ven, bailemos juntos!"
Valentina se cruzó de brazos y respondió:
"¿Por qué debería hacerlo? Ustedes no tienen nada que ofrecerme."
Los niños se miraron confundidos, pero Lucas, con su infinita alegría, exclamó:
"¡Porque la felicidad se comparte! ¡Ven a jugar y a reír!"
Valentina sintió un pequeño cosquilleo en su corazón. A pesar de su respuesta, la risa y la simpatía de los niños la llamaban. Se dio cuenta de que todo el glamour del baile no era tan divertido sin amigos. Entonces, de repente, decidió:
"Está bien, ¡vamos a bailar!"
Los niños saltaron de alegría y la llevaron al patio del jardín. Juntos, bailaron y jugaron, riendo hasta que les dolieron los estómagos. Valentina nunca había experimentado algo tan hermoso y liberador. Se dio cuenta de que, por primera vez, estaba disfrutando sin tener que ser la única en el centro de atención.
Después de esa experiencia, la princesa cambió. Comenzó a invitar a los niños del pueblo a jugar en el palacio. Compartió su comida, su tiempo y, lo más importante, comenzó a hacer amigos.
Un día, el viajero regresó y vio la transformación de Valentina. La princesa ayudaba a los niños a plantar flores en el jardín del palacio.
"¡Mira! ¡Lo has entendido!" dijo el viajero.
Valentina, con una gran sonrisa, le respondió:
"Sí, he aprendido que la verdadera felicidad está en compartir y en ser generosa. Ya no quiero ser egoísta. ¡Quiero ayudar a los demás!"
Desde aquel día, el reino floreció. Los habitantes amaban a su princesa y, a cambio, le enseñaron sobre la verdadera amistad y el amor. Valentina nunca más estuvo sola y se convirtió en la princesa más querida del reino, demostrando que la generosidad es el mayor tesoro que uno puede tener.
Y así, Valentina vivió felices días, rodeada de risas, amistad, y, sobre todo, mucho amor. Fin.
FIN.