La princesa y el caballero valiente



En un reino lejano, donde los árboles eran dorados y los ríos cantaban entre risas, había una hermosa princesa llamada Lía. Sin embargo, un día, un dragón enorme y escamoso decidió que el castillo en el que vivía era el lugar perfecto para hacer su nido. Lía, atrapada dentro de las imponentes murallas del castillo, se sentía sola y un poco asustada.

Mientras tanto, en un pueblo cercano, un caballero llamado Tomás soñaba con aventuras. Se pasaba las horas entrenando con su espada y puliendo su armadura brillante.

- ¡Sueño con ser un héroe! - decía Tomás a su mejor amigo, un pequeño ratón llamado Pelu.

- ¿Y qué harás cuando encuentres una princesa en apuros? - preguntó Pelu con su vocecita temblorosa.

- La rescataré, ¡por supuesto! - respondió Tomás con una gran sonrisa.

Un día, mientras caminaba por el bosque, Tomás escuchó llantos lejanos. Siguiendo el sonido, llegó al castillo del dragón. Se asomó, y vio a Lía asomada por una ventana.

- ¡Ayuda! ¡Estoy atrapada aquí! - gritó la princesa.

- ¡No te preocupes! ¡Voy a rescatarte! - dijo Tomás con determinación, aunque su corazón latía con fuerza en su pecho.

Tomás se preparó para enfrentarse al dragón. Sabía que era un monstruo feroz, pero su deseo de ayudar era más fuerte que su miedo. Se acercó al castillo y, con voz firme, llamó al dragón.

- ¡Dragón! ¡Sal y pelea conmigo! - retó Tomás, levantando su espada.

El dragón salió, brillando con sus escamas verdes y con unos ojos que centelleaban como brasas.

- ¿Quién se atreve a desafiarme? - rugió el dragón, haciendo temblar la tierra.

Tomás respiró hondo, recordando las historias de valor que había escuchado.

- ¡Soy un caballero y estoy aquí para rescatar a la princesa! - exclamó, aunque su voz sonaba un poco quebrada.

Para sorpresa de todos, el dragón no se lanzó a la batalla. En lugar de eso, se echó a reír.

- ¡Un caballero contra mí! ¿Sabés lo que podrías hacer con esa espada?

Tomás, confundido, preguntó:

- ¿Qué deseas decir?

- Te voy a contar un secreto - dijo el dragón, acercándose. - No estoy aquí para causar problemas. ¡Estoy solo y no tengo amigos!

- Pero... ¿qué hay de la princesa? - se preocupó Tomás.

- La tengo aquí porque necesito hablar con alguien - suspiró el dragón. - He estado muy triste y pensé que si tenía con quién hablar, podría sentirme mejor. Pero nadie quiere acercarse a mí por miedo.

Tomás no podía creer lo que estaba oyendo.

- ¡Así que la princesa no está en peligro! - exclamó con alegría.

- No - sonrió el dragón, dándole un pequeño guiño. - Ella está aquí porque le gusta hablar.

Tomás decidió que debía ver por sí mismo. Se acercó a la ventana del castillo, y vio a Lía, quien se levantó sorprendida.

- ¡Tomás! - gritó la princesa.

- Estás a salvo, Lía. El dragón no es malo, solo necesita amigos - explicó él.

Lía miró al dragón, y con un leve temblor acurrucó su corazón.

- ¿Es cierto que solo deseas un amigo? - preguntó la princesa con dulzura.

- Sí, así es. He estado solo tanto tiempo - contestó el dragón, sus ojos reflejando tristeza.

Entonces, Lía tuvo una idea.

- ¿Por qué no salimos todos afuera y jugamos? Tal vez podamos entendernos mejor.

Tomás y el dragón intercambiaron miradas incrédulas, pero la emoción de la princesa era contagiosa. Con un movimiento de su cola, el dragón abrió las puertas del castillo y los tres salieron.

Con el tiempo, Tomás, Lía y el dragón se convirtieron en grandes amigos. Jugaron al escondite, organizaron competencias de vuelo, y el dragón incluso dio paseos a todos por el reino.

La gente pronto dejó de tener miedo del dragón, y el reino se llenó de risas y alegría. Lía aprendió que no toda la gente o criaturas que parecen peligrosas realmente lo son.

- A veces, solo necesitan un amigo - explicó.

- Y a veces, uno mismo es su propio héroe - agregó Tomás, sonriendo.

Y así, en un reino lleno de amor y amistad, la princesa, el caballero y el dragón vivieron felices para siempre.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

FIN.

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