La Princesa y el Guiso Misterioso
Érase una vez, en un reino muy lejano, una princesa llamada Sofía. Sofía era conocida en todo el reino por su belleza y su enorme corazón. Pero también tenía una gran debilidad: los guisos de la cocina real. Cada día, la cocinera, Doña Clara, preparaba platos deliciosos que llenaban el castillo con aromas irresistibles.
Un día, un rumor empezó a circular por el reino. Se decía que una bruja malvada había decidido invadir el castillo. Querían robarse a la princesa y hacerla parte de sus ferozas leyendas. La bruja tenía un plan astuto: iba a envenenar a Sofía con una manzana mágica. Pero, antes de que pudiera poner su plan en marcha, algo inesperado sucedió.
Esa tarde, Sofía comió un guiso especialmente picante que había preparado Doña Clara. Al poco tiempo, mientras paseaba por el jardín, comenzó a sentir un ligero mareo.
"¡Doña Clara, qué guiso tan picante hiciste!" - exclamó la princesa.
"No sé qué decir, querida. Quizá le puse un poco de más" - respondió la cocinera, preocupada.
De repente, Sofía comenzó a olfatear algo raro en el aire. Antes de que pudiera reaccionar, un gas misterioso se deslizó entre las flores del jardín. Sofía, sin ni siquiera darse cuenta, se desmayó entre las rosas. Justo en ese instante, la bruja apareció en el castillo, lista para cumplir su trampa.
La bruja, al ver a la princesa desmayada, pensó que su plan había funcionado. Pero en lugar de acercarse, se encontró con un problema: el gas del guiso había hecho que se le empezara a erizar el cabello.
"¡Ay! ¡Qué olor tan horrible!" - gritó la bruja, tratando de cubrirse la nariz.
"¿Quién está ahí?" - preguntó un valiente guardia que se acercaba.
"¡Yo! ¡La gran bruja!" - respondió, tratando de sonar aterradora, pero su voz temblaba por el efecto del gas.
El guardia, al escuchar eso, decidió actuar. Sacó su espada, pero antes de hacer algo, vio a la princesa desmayada. Aceleró el paso hacia ella y comenzó a rociarla con agua de una jarra que tenía. Poco a poco, Sofía fue recobrando el sentido.
"¿Qué pasó?" - preguntó la princesa, aún aturdida.
"Estabas desmayada, mi señorita. Pero creo que... ¡la bruja!" - dijo el guardia, mirando a su alrededor.
La bruja, al ver que Sofía se recuperaba, se dio cuenta de que su plan estaba en peligro. Decidió escapar, pero no sin antes hacer un último intento para asustar a Sofía.
"¡Nunca olvides este día, princesa!" - dijo la bruja, intentando lucir amenazante mientras se alejaba rápidamente.
"¡Espero no volver a verte!" - respondió Sofía, incorporándose y sonriendo a su guardia.
A partir de ese día, Sofía aprendió la importancia de la moderación. Desde entonces, se convirtió en la princesa que siempre advertía a todos sobre los peligros de los excesos. Además, su amor por la cocina siguió creciendo, pero se volvió una experta en preparar guisos equilibrados.
Un día, decidió organizar una gran fiesta en el castillo. Invitó a todos los habitantes del reino y, claro, a Doña Clara. Prepararon juntos una amplia variedad de platillos. El reino se llenó de risas y alegría.
"¡Estos guisos son los más ricos que he probado!" - gritó un niño.
"Y ¡sin gases extraños!" - comentó otro, riendo.
Sofía aprendió que a veces los imprevistos pueden ser una oportunidad. Nunca había pensado en lo que una comida podría llegar a provocar, y ahora se aseguraba de que todos en el reino también tuvieran una buena alimentación.
Y así, la princesa Sofía se convirtió en un símbolo de alegría y moderación en el reino, siempre contando su historia de la bruja y el guiso picante a todos los niños, mientras sus ojos brillaban con emoción.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.