La Princesa y el Jardín Secreto



En un reino lejano, vivía una princesa llamada Sofía. Sofía era muy curiosa y le encantaba explorar el castillo. Un día, mientras paseaba por el jardín, descubrió una puerta pequeña escondida entre las enredaderas. Nunca antes la había visto. La puerta parecía invitarla a descubrir lo que había detrás.

- ¿Quién habrá dejado esta puerta aquí? - se preguntó Sofía, acariciando la superficie de la puerta antigua.

Sofía decidió abrirla, y con un suave empujón, la puerta chirrió. En su interior había un camino que se adentraba en un jardín lleno de flores brillantes y árboles frutales. Era un lugar mágico, lleno de colores y aromas que nunca había olfateado.

- ¡Wow! - exclamó emocionada - ¡Esto es hermoso!

Caminando por el jardín, Sofía encontró una plataforma elevada hecha de madera, con un imponente roble en el centro.

- ¡Hola! - dijo una voz suave. Sofía se dio la vuelta y vio un pequeño duende llamado Lúculo, que estaba sentado en una rama.

- ¡Hola! ¿Quién sos? - preguntó Sofía, intrigada.

- Soy Lúculo, el guardián de este jardín secreto. - explicó el duende con una sonrisa. - Este lugar está lleno de magia, pero también de responsabilidades. Solo aquellos con un corazón puro pueden disfrutar de sus maravillas. ¿Sos tú una de ellas?

- ¡Por supuesto! - aseguró Sofía, sin dudarlo.

- Perfecto - dijo Lúculo. - Aquí, no solo encontrarás belleza, sino también desafíos. Para seguir disfrutando del jardín, deberás ayudar a los habitantes a resolver sus problemas.

Sofía se sintió emocionada y un poco nerviosa, pero estaba dispuesta a ayudar. Junto a Lúculo, se adentraron en el jardín. La primera aventura que encontraron fue un grupo de mariposas que no podían volar porque una telaraña había atrapado sus alas.

- ¡Ayuda! ¡No podemos volar! - lloraban las mariposas.

- ¡No se preocupen! - dijo Sofía con confianza. - Lúculo, ¿cómo podemos ayudarlas?

- Necesitamos encontrar a la araña y pedirle que libere a las mariposas. - sugirió Lúculo.

Sofía asintió y entre los dos se dirigieron a la casa de la araña, que estaba más allá de un pequeño estanque.

- Hola, señora Araña. - saludó Sofía al llegar. - Sabemos que atrapaste a las mariposas por error, ¿podrías liberarlas?

- Lo siento, princesita, no sabía que estaban atrapadas. Pensé que solo tejía su telaraña. - respondió la araña, preocupada.

- Está bien, solo pido que no lo hagas más y así todas podremos vivir en armonía. - sugirió Sofía.

- Tenés razón, aprenderé a ser más cuidadosa. - prometió la araña.

Después de que la araña liberó a las mariposas, estas sonrieron agradecidas y comenzaron a bailar alrededor de Sofía.

- ¡Gracias, amable princesa! - dijeron en coro. - Por tu valentía y bondad, disfrutá del siguiente rincón mágico del jardín.

Sofía siguió adelante, y la próxima aventura fue ayudar a un grupo de patitos que no sabían cómo cruzar un pequeño río. Al llegar al río, vieron a los patitos mirando ansiosos a las aguas.

- ¡No sé si puedo saltar! - dijo el patito más pequeño.

- ¡Estoy aquí para ayudar! - exclamó Sofía. - ¿Por qué no formamos una cadena? Si todos nos unimos a los más pequeños, podremos cruzar juntos.

Con su liderazgo, lograron ayudar a los patitos a cruzar el río, y todos se sintieron felices y agradecidos. Sin embargo, en el camino de regreso, Sofía sintió que era hora de volver al castillo.

- Lúculo, me tengo que ir, pero prometo volver - dijo Sofía, con una mezcla de tristeza y alegría.

- Siempre serás bienvenida en nuestro jardín secreto, Sofía. - insistió Lúculo. - Recordá que ayudar a los demás te traerá siempre nuevas experiencias.

Sofía salió por la puerta, cerrándola suavemente detrás de ella. Desde aquel día, cada vez que se encontraba con alguien en el castillo con problemas, Sofía recordaba su jardín secreto y cómo ayudar parecía hacer que todo brillara más.

- ¡Un nuevo día en el reino! - exclamó mientras sonreía, lista para enfrentar cualquier desafío y sembrar la semilla de la bondad en su reino.

FIN.

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