La Princesa y el Vendedor



Había una vez en una montaña un reino llamado Montero, donde los reyes eran conocidos por sus vastas tierras y su gran riqueza. En este reino vivía la hermosa princesa Isabel, quien respiraba elegancia y orgullo. A pesar de ser cortejada por príncipes de reinos cercanos, ninguna de sus propuestas logró conmover su corazón.

Un día, mientras paseaba por el bosque real, Isabel se encontró con un vendedor ambulante que ofrecía todo tipo de maravillas: juguetes, dulces y trajes coloridos, pero sobre todo, contaba historias encantadoras que capturaban la atención de los niños del reino.

"¡Mire, princesa!", le dijo el vendedor, sonriendo de oreja a oreja. "Tengo la historia del dragón que nunca escupía fuego y de la princesa que deseaba volar."

"¿Historias?", preguntó Isabel, intrigada. "Nunca he escuchado tales cosas. Pero, ¿qué tienen de especiales?"

El vendedor, llamado Pedro, comenzó a relatarle sus cuentos. A medida que hablaba, la princesa se sumía en su mundo de fantasía, olvidando por completo el orgullo que llevaban los príncipes que la cortejaban.

"Cada cuento enseña algo”, explicó Pedro. “El dragón aprendió a ser valiente, y la princesa descubrió que no necesita alas para volar, porque el verdadero vuelo es en lo que creemos."

Con cada visita, Isabel se emocionaba más por los relatos de Pedro, y pronto ellos se volvieron amigos. Sin embargo, esto despertó los celos de algunos de los príncipes, quienes decidieron deshacerse del vendedor. Un día, una de las princesas más ambiciosas decidió tenderle una trampa.

"¡Pedro!", gritó, fingiendo estar en apuros. "Ayúdame, por favor! No sé qué hacer."

Al acercarse, los príncipes lo rodearon.

"No deberían estar aquí, princesa. Esta no es su pelea", dijo Pedro, con voz firme.

"Pero tú estás interrumpiendo nuestra corte a la princesa Isabel!", respondió uno de los príncipes.

Los príncipes intentaron quitarle su carromato lleno de historias, pero Isabel no lo permitiría. Ella se acercó decidida.

"¡Deténganse!", exclamó. "No pueden tratar así a alguien que trae alegría al reino."

Los príncipes quedaron sorprendidos y comenzaron a murmurar entre ellos.

"Pero él es solo un vendedor", dijo uno, dudando de su autoridad.

"Quizás", respondió Isabel, con una firmeza recién descubierta. "Pero trae algo más valioso que oro: trae felicidad y lecciones que necesitamos aprender."

Los príncipes se sintieron avergonzados por su comportamiento y, en un gesto inesperado, comenzaron a ayudar a Pedro a levantar su carromato. Isabel sonrió al ver cómo los príncipes se unieron para apoyar a su nuevo amigo.

"Quizás no necesitemos luchar por tierras o riquezas, sino por lo que realmente importa: la amistad y el respeto", dijo, mirando a los príncipes a los ojos.

A partir de ese día, los príncipes cambiaron su enfoque. En lugar de competir por el amor de Isabel, empezaron a aprender a hacer reír a los niños y a valorar el talento de aquellos que, como Pedro, podían traer luz donde había oscuridad.

Los relatos del vendedor se convirtieron en parte de las enseñanzas del reino, y la princesa Isabel aprendió que el verdadero valor no reside en la riqueza o el poder, sino en el corazón y el respeto que se da a los demás. Juntos, disfrutaron de aquellos días, donde las historias no solo entretenían, sino que unían a jóvenes y viejos, príncipes y plebeyos, en un reino donde la amistad reinaba sobre todo.

Y así, la princesa Isabel y el vendedor Pedro se convirtieron en los mejores amigos, recordándole al reino que lo que importa, al final del día, es el amor y la conexión que compartimos.

FIN.

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