La Princesa y la Fuente de los Deseos



En un reino lejano, lleno de colinas verdes y caballos hermosos, vivía la Princesa Isabella. Su belleza era conocida en todo el reino, pero lo que más la destacaba era su alegría y su corazón generoso. Todos los días, ella montaba su caballo blanco, Estrella, explorando los jardines del palacio real, repletos de flores de múltiples colores.

Un día, mientras paseaba junto a la fuente de los deseos, que brillaba como el oro bajo el sol, Isabella recordó las palabras de su madre: "Cuando sientas que algo o alguien te falta, lanza una moneda a la fuente y pide un deseo sincero". Aquel día, Isabella decidió hacer un deseo especial.

"Fuente mágica, deseo que mi príncipe vuelva pronto de sus viajes hacia tierras lejanas y que nuestro amor sea tan fuerte como el viento que mueve las alas de las aves" - dijo, lanzando una moneda dorada a la fuente.

Con el tiempo, mientras las estaciones cambiaban, Isabella se dedicaba a ayudar a los habitantes del castillo. Organizó clases de danza para las niñas del reino, ejercicios para los chicos que querían aprender a montar a caballo y hasta cultivó un jardín donde todos podían recoger frutas y verduras. Se sentía feliz, pero no podía evitar extrañar a su príncipe.

Un día, mientras paseaba nuevamente, escuchó un bullicio en el pueblo. Siguiendo el ruido, encontró a un grupo de niños jugando con algo brillante. Al acercarse, vio que era una moneda dorada.

"¡Miren, miren lo que encontramos!" - gritó uno de los niños.

"¿De dónde la sacaron?" - preguntó Isabella.

"Estábamos jugando al escondite y me la encontré bajo un árbol" - dijo la niña más pequeña.

Isabella, curiosa, miró más de cerca. "¿Saben? Esto parece una de las monedas que echamos a la fuente de los deseos. Tal vez tiene un poder especial" - les contó, llenando a los niños de emoción.

Decididos, los niños llevaron la moneda a la fuente. Isabella les explicó: "Cada deseo que hacemos es importante, pero a veces lo que más necesitamos está más cerca de lo que pensamos". Juntos, lanzaron la moneda haciendo un deseo en voz alta: "¡Que siempre haya alegría en el pueblo!".

Así fue como, desde ese día, Isabella comenzó a organizar actividades junto con los niños del pueblo. Pintaron murales con arcoíris, jugaron a las escondidas, y hasta organizaron una fiesta en el palacio.

Pasaron los meses, y un día, mientras estaba en el jardín, escuchó el sonido de cascos. Miró hacia el camino y ¡sorpresa! Era su príncipe, llegado de tierras lejanas.

"Isabella, mi amor, volví porque el deseo que pedí en la fuente era volver a tu lado" - dijo él, sonriendo.

"¡Lo sabía! La fuente cumplió su deseo" - exclamó Isabella.

"Y tú también has llevado alegría al reino. He escuchado de tus bondades mientras viajaba" - agregó el príncipe.

Después de abrazarse, Isabella introdujo a su príncipe en todos los proyectos que había iniciado. "Ahora, juntos, podemos hacer aún más por el rey y la reina, y por todo el pueblo". Así, comenzaron a trabajar en equipo, llenando el reino de alegría y amor.

La historia de Isabella y su príncipe se convirtió en un hermoso relato que se transmitió de generación en generación: no solo esperaron juntos los deseos de la fuente, sino que también aprendieron que el verdadero poder reside en el trabajo en equipo, en la alegría de crear un mundo mejor, y en nunca perder de vista la importancia de un deseo sincero en el corazón.

Desde ese día, la fuente de los deseos se convirtió en el símbolo del amor y la generosidad del reino, recordando a todos que los mejores deseos son aquellos que se comparten.

FIN.

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