La Princesa y la Luna
Había una vez, en un reino lejano, una princesa llamada Luna. Desde pequeña, Luna soñaba con alcanzar la luna. Cada noche, se sentaba en el balcón de su torre y la miraba brillar.
"Algún día estaré allí", murmuraba con esperanza.
Un día, la princesa armó su valija con chocolatines y su libro de cuentos favorito y salió en busca de ayuda. Fue a hablar con el viejo sabio del bosque, conocido por tener respuestas a muchas preguntas.
"Querido Sabio, quiero llegar a la luna. ¿Cómo puedo hacerlo?" preguntó Luna emocionada.
El sabio, con su larga barba blanca y sus ojos chispeantes, sonrió. "Para alcanzar la luna, primero debes aprender a volar", le dijo.
"Pero, ¡no sé volar!", exclamó la princesa, decepcionada.
"No es tan fácil como parece, pero hay una manera. Necesitas convertirte en mariposa", explicó el sabio.
Luna frunció el ceño. "¿Mariposa? ¿Cómo se hace eso?"
El sabio le habló de un mágico jardín, donde crecía una flor brillante que tenía el poder de transformarla. "Debes encontrar esta flor y hacer una promesa: nunca olvidarás tus sueños y siempre seguirás tu corazón", dijo el sabio.
Con determinación, Luna partió rumbo al jardín. Después de días de búsqueda, encontró la flor resplandeciente. El suave aroma la envolvió, y con un susurro, hizo su promesa. De repente, brillantes alas de colores comenzaron a aparecer en su espalda.
"¡Soy una mariposa!", gritó de alegría.
¡Ahora podía volar! Con sus nuevas alas, Luna ascendió hacia los cielos, sintiendo el suave viento en sus alas. Pero, mientras volaba, se dio cuenta de algo inesperado: el camino hacia la luna estaba lleno de nubes y estrellas, cada una con su propio brillo y belleza.
"¡Qué maravilloso es esto!", pensó. "Tal vez no necesito llegar a la luna para ser feliz; puedo disfrutar de este viaje".
Así, Luna empezó a jugar con las estrellas, a bailar entre las nubes y a compartir sus sueños con otros seres del cielo. En una de sus aventuras, conoció a una estrella muy simpática llamada Destello.
"Hola, Mariposa Luna. ¿De dónde vienes?" preguntó la estrella.
"Vengo del reino de la tierra y quiero llegar a la luna", contestó la princesa.
"Ven, te enseñaré a disfrutarlo aquí arriba con nosotros", sugirió Destello.
Luna siguió a Destello entre risas y luces brillantes, olvidando su antiguo deseo. Aprendió que el viaje era igual de importante que el destino. Luego de muchas aventuras, la luna asomó en el horizonte. Luna se sintió atraída.
"Adiós, amigos. ¡Me voy a la luna!", gritó con emoción.
Cuando llegó cerca, vio que la luna no era lo que imaginaba: una esfera solitaria y fría. "¿Es así como se siente llegar?" pensó.
Entonces, se dio cuenta de que aunque estaba hermosa, extrañaba la risa de sus amigos, la calidez de su hogar y la magia del viaje.
"Puede que no necesite quedarme aquí. Mi corazón siempre estará en el cielo, sin importar dónde esté", se dijo.
Con nuevas alas de sabiduría y amor, Luna regresó al reino. Cuando tocó tierra, se transformó de nuevo en princesa. Agradeció al sabio por mostrarle que, a veces, lo que queremos no es lo que realmente necesitamos. Desde aquel día, cada noche, la princesa miraba la luna desde su balcón, recordando su viaje y aquellas estrellas que la acompañaron.
"No necesito aterrizar en la luna para ser feliz. Puedo soñar con ella desde aquí", sonrió Luna mientras una mariposa volaba a su lado, recordándole siempre a perseguir sus sueños.
FIN.