La Princesa y su Cuadro
Érase una vez en un reino muy lejano una princesa llamada Sofía, que era conocida por su gran talento para pintar. Sofía pasaba horas en su jardín, rodeada de flores y mariposas, creando hermosas obras de arte. Un día, decidió pintar un retrato de su castillo, con sus altos torres y sus muros de piedra brillante. Cuando terminó, se sorprendió al ver lo bien que había salido.
- ¡Es precioso! - exclamó Sofía para sí misma, admirando su trabajo.
Sin embargo, a la princesa no le bastaba con tener el cuadro guardado. Sofía quería compartir su arte con el mundo y, además, soñaba con venderlo para ayudar a los niños del reino que no podían asistir a la escuela.
Un día, les contó a sus amigos del castillo, el valiente caballero Arturo y la sabia bruja Miranda, su idea de vender el cuadro.
- Sofía, tu pintura es hermosa, ¡deberías hacerlo! - dijo Arturo emocionado.
- ¡Sí, pero no sé a quién vendérselo! - respondió la princesa con un suspiro.
- Tal vez podrías exponerlo en la feria del pueblo, allí hay muchas personas que aman el arte. - sugirió Miranda, acariciándose su larga cabellera plateada.
Con su plan en mente, Sofía comenzó a prepararse para la feria. Pintó más cuadros y decidió venderlos todos. Un día antes del evento, mientras colgaba sus obras en la plaza del pueblo, un viejo comerciante se acercó a ella.
- ¿Qué precios tan bajos tienes, princesa? - preguntó con una sonrisa burlona.
- ¡Quiero ayudar a los niños! - explicó Sofía.
- Pero si vendes tus pinturas a un bajo precio, no obtendrás suficiente dinero. - dijo el comerciante con una tranza calculadora en la mirada.
Sofía se sintió un poco desanimada por sus palabras, pero enseguida se acordó de su objetivo. Decidió que no importaba tanto el dinero, sino ayudar a los demás.
El día de la feria, la plaza se llenó de risas y música. Sofía sonrió y explicó cada uno de sus cuadros a los visitantes.
- ¡Miren este! Lo pinté en el jardín del castillo, mientras los pájaros cantaban. - contaba a los niños.
- ¡WOOOW! - respondieron entusiasmados.
Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, Sofía comenzó a preocuparse. No había vendido mucha cosa y pensó que quizás el comerciante tenía razón.
- ¿Y si no consigo suficiente dinero? - murmuró Sofía, mirando el paisaje.
- ¡No te rindas! - le animó Arturo, viendo la preocupación en su rostro. - Tu arte es especial y encontrarás quienes lo valoren.
Entonces, a lo lejos, un grupo de niños se acercó a ella.
- ¡Princesa Sofía, tus cuadros son mágicos! - gritó uno de ellos.
- ¿Puedo comprar uno? - preguntó otro con un brillo en los ojos.
- Claro, pero no tengo dinero - se lamentó.
- No importa, quiero poder tomarlo a casa y mirar cómo brilla mi última sonrisa. - dijo un niño con una gran ilusión.
Sofía sonrió ampliamente y se dio cuenta de que lo más importante no era el dinero, sino la conexión que establecía a través de su arte. Así que, decidió regalar varios de sus cuadros a esos pequeños amantes del arte y les prometió que haría un taller para pintar juntos en el castillo.
Al final del día, aunque no había vendido muchas pinturas, Sofía sintió que había ganado algo más valioso: la felicidad de compartir su pasión y la posibilidad de inspirar a otros. Entre risas y colores, la plaza comenzó a decorarse con los nuevos talentos de aquellos niños que habían recibido sus obras.
- Mama, mamá, ¡la princesa nos enseñará a pintar! - gritó una niñita entusiasmada.
- ¡Eso es lo que llama más la atención! - completó un niño.
Y así, la princesa Sofía, en vez de hacer un gran dinero, había conseguido algo que no tenía precio: una comunidad unida por el amor al arte. Junto con sus amigos, organizó el taller y muchos niños comenzaron a descubrir su propio talento. Sofía dejó en claro que el verdadero arte es el que se comparte desde el corazón.
Desde ese día, el taller se convirtió en una tradición en el reino y Sofía aprendió que lo más importante es hacer felices a otros y que, al final, la gratitud y la amistad son el mejor premio que se puede obtener. Y así, todos vivieron felices, rodeados de colores y risas.
FIN.