La puerta encantada
Había una vez un grupo de niños que vivían en un barrio muy tranquilo. En el centro del vecindario, había un hermoso jardín lleno de árboles frutales que en primavera se llenaban de flores de todos los colores.
Los niños solían reunirse allí para jugar y disfrutar de la naturaleza. Un día, mientras los niños jugaban entre las flores, descubrieron una puerta secreta escondida detrás de un arbusto.
Curiosos, decidieron abrirla y descubrieron un camino mágico que los llevó a un mundo lleno de aventuras y sorpresas. Al principio, los niños estaban asustados, pero pronto se dieron cuenta de que estaban a salvo y comenzaron a explorar aquel lugar desconocido.
Caminaron por senderos rodeados de árboles gigantes y animales amigables que los saludaban a su paso. De repente, escucharon risas y juegos a lo lejos. Se acercaron corriendo y encontraron a unos duendes traviesos que estaban organizando una fiesta.
Los duendes les ofrecieron participar en sus juegos y retos, prometiendo premios maravillosos al final. Los niños aceptaron emocionados y se divirtieron como nunca antes lo habían hecho.
Saltaron sobre setas gigantes, treparon árboles encantados y resolvieron acertijos mágicos con la ayuda de hadas bondadosas. "¡Esto es increíble!", exclamó Martina mientras recogía cristales brillantes en el río encantado. "¡Sí! Nunca imaginé vivir una aventura así", respondió Tomás con una sonrisa radiante.
Después de muchas pruebas superadas con valentía y trabajo en equipo, llegó el momento del gran premio. Los duendes les entregaron semillas especiales que al plantarlas en el jardín florecerían árboles mágicos capaces de cumplir deseos.
Los niños regresaron al jardín del vecindario con las semillas en sus manos temblando de emoción. Plantaron las semillas juntas mientras pedían deseos desde lo más profundo de sus corazones: paz en el mundo, salud para todos, amor incondicional. Días después, los árboles comenzaron a crecer rápidamente hasta alcanzar alturas impresionantes.
Sus ramas se llenaron de frutos dorados que irradiaban luz pura hacia todo el barrio. La gente comenzó a notar cambios positivos en sus vidas: sonrisas sinceras, abrazos cálidos, palabras amables compartidas por doquier.
Los niños supieron entonces que la magia verdadera reside en el amor desinteresado y la conexión con la naturaleza.
A partir de ese día, cada primavera volvían al jardín para recordar aquella aventura inolvidable e inspirar a otros a soñar en grande y creer en la magia que vive dentro de cada uno. Y colorín colorado este cuento ha terminado... ¡por ahora!
FIN.