La Puerta Mágica de la Aventura



Era un día soleado en el pequeño pueblo de Melodía, donde vivían dos amigos inseparables: Lía, una niña curiosa y soñadora, y Tomás, un niño valiente y bromista. Juntos, exploraban cada rincón del pueblo, pero ese día se sentían especialmente emocionados por la leyenda que había llegado a sus oídos.

"¿Viste que en el bosque se habla de una puerta mágica?" - preguntó Lía, sus ojos brillando como estrellas. "Dicen que solo aparece para quienes son verdaderamente valientes y tienen un buen corazón."

Tomás rió con picardía. "Seguro que es solo un cuento más. Pero, ¿y si fuese verdad? ¡Vamos a buscarla!"

Así, decidieron aventurarse hacia el bosque. Tras caminar un largo rato, encontraron un claro donde crecía un árbol gigante. En sus raíces, allí estaba: una puerta pequeña y envejecida, cubierta de hiedra.

"¡Mirá!" - exclamó Lía emocionada. "Es la puerta mágica. ¡Debemos abrirla!"

"¿Estás segura?" - preguntó Tomás, aunque su curiosidad fue más fuerte. Lía empujó la puerta y, para su sorpresa, se abrió con un chirrido, revelando un camino brillante.

"¡Vamos!" - dijo Lía, dando un paso adelante. Tomás, sin pensarlo, la siguió. Al cruzar, lo primero que notaron fue que el paisaje era diferente, todo era más colorido, los árboles tenían hojas de colores brillantes y el aire olía a dulces.

"¡Es maravilloso!" - gritó Lía. "¡Mirá esos árboles!"

Inmediatamente, se encontraron rodeados de criaturas fantásticas. Un pájaro de plumas brillantes voló cerca de ellos y un pequeño duende con una sonrisa amplia se acercó.

"¡Bienvenidos al Reino de la Aventura!" - dijo el duende. "Soy Pip y estoy encantado de conocerlos. ¿Están listos para una gran aventura?"

"¡Sí!" - respondieron los dos al unísono.

Pip los llevó a través de ríos que cantaban y montañas que reían. Jugaron con los habitantes del reino, pero a medida que pasaba el tiempo, Lía y Tomás comenzaron a sentir que el tiempo se les escapaba.

"¿Y si no podemos regresar?" - se preocupó Tomás mientras veían la puerta a lo lejos.

"No podemos irnos todavía, esto es increíble. ¡No quiero que se acabe!" - contestó Lía, atrapada en su alegría.

Sin embargo, a medida que la tarde avanzaba, notaron que la puerta comenzaba a cerrarse lentamente.

"¡Mirá! La puerta se está cerrando. ¡Debemos volver!" - gritó Tomás. "Si no actuamos rápido, quedaremos atrapados aquí."

Lía, que había estado tan absorta en la diversión, se dio cuenta de que era hora de regresar a casa. Ambos corrieron hacia la puerta, pero los caminos del Reino de la Aventura eran misteriosos y los llevaban por otros lugares.

"¡Apúrate!" - gritó Tomás. "No podemos quedarnos aquí para siempre!"

Finalmente, cuando ya estaban casi frente a la puerta, esta se cerró un poco más, y su luz comenzó a apagarse como si le dijera que el tiempo se estaba terminando.

"¡No!" - suspiró Lía, sintiéndose triste por la posibilidad de tener que quedarse. "Si no logramos salir, siempre recordaremos esto, ¿verdad?"

Tomás sonrió ligeramente. "Sí, pero la aventura no tiene que terminar aquí. Necesitamos recordar lo que sentimos. Cada vez que seamos valientes y tengamos un buen corazón, podemos vivir nuestras propias aventuras en la vida real."

Lía, comprendiendo la importancia de la amistad y el valor, tomó la mano de Tomás y decidieron intentar un último esfuerzo. Con pasos firmes y decididos, ambos se lanzaron hacia la puerta, y ¡zas! lograron atravesar exactamente cuando la puerta se cerraba, pero esta vez, no sin una chispa mágica que iluminó el bosque.

Al regresar, respiraron hondo, y mientras la puerta desaparecía, prometieron que nunca olvidarían su gran aventura.

"Siempre llevaremos las aventuras en el corazón, sin importar dónde estemos," - dijo Lía sonriendo "y la próxima vez que veamos una puerta, ¡no dudemos en abrirla juntos!"

Tomás asintió, sabiendo que la vida siempre tendrá sorpresas esperando por ellos.

Y así, Lía y Tomás volvieron a su hogar, llevando consigo el recuerdo de su aventura mágica y la certeza de que siempre podían crear nuevas historias.

FIN.

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