La puerta mágica de Mateo



Había una vez en un pequeño pueblo, un niño llamado Mateo. Era un día lluvioso y Mateo estaba aburrido en casa sin poder salir a jugar.

Miraba por la ventana cómo las gotas de lluvia golpeaban el suelo con fuerza, cuando de repente, vio algo extraño en el jardín de su vecino. Una puerta misteriosa había aparecido de la nada. Mateo no podía creer lo que veía.

Sin dudarlo un segundo, decidió salir corriendo bajo la lluvia para acercarse a la puerta. Al llegar, se detuvo frente a ella y notó que brillaba con destellos dorados y azules. - ¡Qué extraño! -exclamó Mateo sorprendido.

Sin pensarlo mucho, decidió abrir la puerta y al hacerlo, una luz cegadora lo envolvió por completo. Cuando la luz desapareció, Mateo se encontraba en medio de un bosque mágico lleno de colores vibrantes y criaturas fantásticas. - ¡Guau! ¡Esto es increíble! -dijo Mateo maravillado.

Comenzó a explorar el bosque y pronto se dio cuenta de que cada criatura necesitaba ayuda con algo. Un hada tenía sus alas rotas, un duende había perdido su sombrero y un unicornio no podía encontrar su camino de regreso a casa.

Mateo, con su gran corazón, decidió ayudar a cada uno de ellos. Primero reparó las alas del hada con cuidado, luego buscó el sombrero del duende entre los arbustos y finalmente guió al unicornio de regreso al prado donde vivía felizmente.

- ¡Gracias por tu ayuda! -le dijeron las criaturas al unísono. De repente, la puerta mágica volvió a aparecer frente a él. - ¿Ya tienes todo listo para volver a casa? -preguntó una voz dulce desde dentro de la puerta.

Mateo asintió con una sonrisa en el rostro.

Antes de cruzarla nuevamente, las criaturas le entregaron pequeños obsequios como muestra de gratitud: unas alas brillantes para volar en sueños, un sombrero mágico que concedía deseos y una piedra preciosa que siempre lo guiaría por el camino correcto. Al atravesar la puerta, Mateo volvió a estar en su jardín bajo la lluvia torrencial.

Corrió hacia su casa emocionado por contarle a todos sobre su increíble aventura en el bosque mágico. Desde ese día, Mateo supo que incluso en los días más grises siempre hay magia esperando ser descubierta si uno está dispuesto a ayudar y ser amable con los demás.

Y cada noche antes de dormir, miraba sus obsequios recordando que nunca se debe subestimar el poder de hacer el bien.

FIN.

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