La puerta mágica y el oso curioso
En un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques, había una antigua puerta en el centro de la plaza. Nadie sabía de dónde venía o a dónde llevaba, pero todos los niños del lugar soñaban con que, algún día, se abriría.
Un soleado día de primavera, mientras los niños jugaban a la pelota, un fuerte viento sopló y la puerta se abrió. Los niños se quedaron helados; de allí salió, lentamente, un enorme oso pardo. Por un momento, todo fue silencio. El oso paró, miró a los niños y se sacudió, como si se desperezara después de un largo sueño.
"¿Quién se atrevió a abrir la puerta?" - preguntó el oso con una voz profunda pero amigable. "Soy Toribio, el explorador. Y este, el día más extraño de todos".
Los niños, asombrados, se acercaron con cautela.
"No te preocupes, no vine a hacerte daño. Estoy aquí para ayudar. En mi bosque, los árboles están tristes porque alguien se ha llevado sus flores. Sin ellas, la primavera no puede llegar a mi hogar" - explicó Toribio, el oso.
Alicia, la más valiente de los niños, tomó la iniciativa.
"¿Qué podemos hacer para ayudar?" - preguntó, observando los ojos brillantes de Toribio.
"Necesito a algunos amigos para ir a buscar las flores. Sin su ayuda no podré hacerlo solo" - agregó el oso, extendiendo una de sus enormes patas, como invitando a unirse a su aventura.
Los niños, emocionados por la idea de ayudar, formaron un grupo. Se adentraron en el bosque junto a Toribio, quien con cada paso que daba, parecía más feliz. Durante el camino, el oso les fue contando sobre su hogar.
"En mi bosque, hay un arroyo donde los patos nadan felices, y los árboles cuentan historias con el viento" - relataba Toribio mientras guiaba a los niños a través de un laberinto de verdes y amarillos.
Pero al llegar a un claro, se encontraron con un gran obstáculo: un río caudaloso que no podían cruzar. Los niños se miraron entre ellos, preocupados.
"No podemos volver a casa sin las flores ni ayudar a Toribio" - dijo Lucas, uno de los niños más pequeños.
"Quizás podamos hacer una balsa con ramas y hojas, como en las historias de aventura que leo" - sugirió Sofía, que siempre tenía una solución ingeniosa.
Los niños se pusieron manos a la obra. Reunieron ramas y hojas caídas, y con la ayuda de Toribio, construyeron una pequeña balsa. Con su fuerza, el oso empujó la balsa hacia el agua.
"¡No puedo creer que lo logramos!" - gritó Lucas, mientras cruzaban el río con emoción.
Al llegar al otro lado, se encontraron con un campo lleno de flores brillantes y coloridas.
"¡Lo encontramos!" - exclamó Toribio, llenando sus patas con flores.
Pero no sólo él las necesitaba. Los niños también querían llevar algunas a su pueblo.
"¿Puedo escoger algunas para llevarles a mis amigos?" - preguntó Sofía al oso.
Toribio sonrió.
"Claro, existen flores de amistad. Compártelas y alegrarás el corazón de quienes las reciban".
Así, con las flores recolectadas, regresaron al pueblo. Los padres, sorprendidos por la aventura y la curiosidad del oso, les dieron la bienvenida.
"¿Cómo puedes hablar?" - preguntó uno de los adultos.
Toribio, siempre amable, respondió:
"Cuando uno se muestra amable y se preocupa por los demás, el lenguaje del corazón se entiende distinto. Puedo hablar porque quiero ser un puente entre los mundos".
Los niños, felices, compartieron las flores con sus amigos y familia. Al mismo tiempo, Toribio regresó al bosque, prometiendo que siempre que alguien abriese la puerta, estaría dispuesto a ayudarlos.
Y así, el pueblo se llenó de colores y risas. La puerta continuó abierta, aguardando nuevas aventuras y descubrimientos, siempre recordando que la amistad, la colaboración y la bondad pueden hacer del mundo un lugar mejor.
Cada vez que alguien se acercaba a la puerta, recordaba que detrás de ella, un buen amigo siempre estaría dispuesto a ayudar. Y con esa lección en el corazón, los habitantes del pueblo nunca dejaron de soñar y explorar.
FIN.