La Pulga y el Hombre
En un pequeño pueblo, donde el sol brillaba intensamente y los días transcurrían entre risas y juegos, vivía un hombre llamado Miguel. Miguel era un hombre amable y trabajador, pero tenía un pequeño problema: siempre se quejaba de que nada funcionaba en su vida, ni en su trabajo ni en sus relaciones. Un día, mientras estaba sentado en un parque, notó algo saltando entre sus pies. Era una pulga diminuta.
"¿Qué hacés aquí, pulguita?" - preguntó Miguel.
"¡Hola!" - respondió la pulga, moviendo sus antenitas con curiosidad "Soy Felicia, y estoy buscando un lugar donde quedarme."
Miguel, intrigado, decidió escuchar la historia de Felicia. "¿Por qué no te quedás en una casa, como todos los demás?" - inquirió.
"No me gusta, me siento atrapada. Yo soy una pulga libre, me gusta saltar y explorar el mundo. Pero hoy, me doy cuenta que saltar para un lado y para el otro, no me lleva a ningún lugar en concreto. A veces siento que no tengo un propósito."
Miguel, sintiéndose identificado con la pulga, compartió sus pensamientos. "Yo también, Felicia. En mi trabajo no veo un futuro, y... bueno, en mi vida tampoco. Siempre ando quejándome."
"Quizás sea porque estás muy enfocado en lo que te hace falta, en lugar de lo que tenés aquí y ahora. Deberías intentar disfrutar el momento, como lo hago yo al saltar."
Miguel se quedó pensando en lo que Felicia había dicho. Era verdad, se pasaba el día viendo solo lo negativo. Decidió hacer un experimento: a partir de ese momento, intentaría encontrar un lado positivo en cada situación.
Al día siguiente, Miguel se encontró con un problema en su trabajo. Se había roto un aparato muy importante. En vez de quejarse, recordó a Felicia. "Bueno, podría haber sido peor: al menos tengo trabajos para hacer sin la máquina. Además, así puedo ayudar a mi compañero que siempre lo necesita."
Sorprendido por su propio cambio de actitud, Miguel comenzó a ver la vida de otra manera.
"¡Felicia!" - gritó encontrando a la pulga nuevamente en el parque. "Hoy me pasó algo increíble. En vez de quejarme, encontré una solución, ¡y fue genial!"
"¡Eso es!" - dijo Felicia salta que saltando "La actitud es lo que cuenta. La vida siempre tendrá mañanas grises, pero si llevamos el sol dentro, podremos atravesarlos.
Pasaron los días y Miguel siguió practicando su optimismo. Se dio cuenta de que había mejorado la relación con sus vecinos, que ahora se detenían a charlar y compartir un mate.
Un día, el pueblo se preparó para una gran fiesta. Miguel, en lugar de sentirse abrumado como solía ocurrirle, decidió tomar la iniciativa. "Vamos a hacer algo diferente, chicos. ¡Hagamos una gran comida comunitaria!"
Sus ideas unieron a la gente del pueblo. Todos se pusieron a colaborar, disfrutando del trabajo en equipo y del momento presente. La fiesta fue un éxito. La alegría reinaba entre los habitantes, todo gracias a aquella pequeña pulga que le había enseñado a Miguel a ver la vida de otra manera.
Al finalizar la fiesta, Felicia decidió irse a seguir explorando.
"Te dejo, Miguel. Has aprendido a disfrutar de los pequeños momentos. Ahora tenés alas para seguir adelante. ¡Sigue saltando!"
"¡Espera!" - gritó Miguel. "Gracias, Felicia. Te prometo que nunca olvidaré tu lección."
Y así, Miguel continuó su vida con nuevos ojos. Aprendió a ser feliz por lo que tenía y dejó de lado las quejas. Sin duda, su amistad con Felicia, la pulga, había cambiado su vida para siempre.
FIN.