La Realeza de la Amistad



Había una vez en un bosque encantado dos criaturas muy especiales: Ardilla, a quien le gustaba que la llamaran princesa, y Príncipe, un pequeño ser que se creía realeza también.

Ambos vivían en diferentes partes del bosque y nunca se habían encontrado, hasta aquel día soleado en el claro del bosque. Ardilla saltaba de rama en rama reagarrando nueces para guardarlas en su escondite cuando de repente vio a Príncipe caminando elegante entre los árboles.

Se detuvieron al mismo tiempo y se miraron sorprendidos al ver que tenían mucho en común: ambos tenían una corona hecha con hojas y ramitas, y sus ojos brillaban como estrellas.

"¡Tú no puedes ser un príncipe! ¡Esa corona es mía!" exclamó Ardilla indignada. "¡Qué dices! Yo soy el verdadero príncipe de este bosque y tú eres solo una impostora!" respondió Príncipe con orgullo. La discusión escaló rápidamente hasta convertirse en una pelea de ramas y hojas volando por todas partes.

Los animales del bosque observaban sin saber qué hacer, preocupados por la tensión entre los dos nuevos personajes.

Después de un año de evitar encontrarse nuevamente, el destino quiso que Ardilla y Príncipe se cruzaran una vez más mientras buscaban refugio durante una tormenta. Empapados y cansados, se miraron a los ojos recordando aquella pelea absurda del pasado. "Perdón por haberme comportado tan mal contigo", dijo tímidamente Ardilla rompiendo el silencio tenso.

Príncipe suspiró profundamente antes de responder: "Yo también fui muy arrogante aquel día. No deberíamos haber peleado por algo tan trivial como unas coronas. "Así fue como Ardilla y Príncipe comenzaron a conversar bajo la seguridad de un árbol gigante mientras la tormenta pasaba.

Descubrieron que compartían muchas aficiones e intereses, como trepar árboles altos o contar historias sobre aventuras imaginarias. Con el tiempo, su amistad floreció como las flores silvestres del bosque.

Juntos aprendieron a valorar las diferencias entre ellos y a apreciar las cualidades únicas que cada uno poseía.

Desde entonces, Ardilla ya no exigía ser llamada princesa todo el tiempo, ni Príncipe presumía tanto sobre su supuesta realeza; simplemente eran amigos disfrutando juntos cada día en el hermoso bosque encantado. Y así demostraron que incluso las peleas más tontas pueden transformarse en amistades sólidas si hay voluntad de perdonar y aprender a conocer al otro tal como es.

Y colorín colorado este cuento ha terminado, pero su mensaje perdurará para siempre en aquellos corazones dispuestos a abrirse a nuevas relaciones basadas en el respeto mutuo.

FIN.

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