La Reina de Hielo



Había una vez, en un lejano reino cubierto de un manto blanco de nieve, una hermosa y helada reina llamada Isolde. Isolde era conocida por su extraordinaria belleza, pero también por su corazón gélido. Nadie en el reino se atrevía a acercarse a ella, ya que todos sabían que su mirada podía congelar hasta el más cálido de los corazones.

Era la víspera de Navidad, y el pueblo se preparaba para la celebración más mágica del año. Mientras las familias decoraban sus casas con luces y adornos, la reina Isolde miraba desde su castillo helado, sintiéndose sola y triste. Aunque tenía todo lo que un corazón frío podía desear —joyas brillantes y un palacio magnífico— Isolde deseaba algo que no podía tener: el amor y la compañía de su pueblo.

Una tarde, mientras contemplaba la nieve caer, un pequeño niño llamado Lucas se aventuró hasta el castillo. "¡Señora Reina!" - gritó desde la distancia. "¿Podría usted venir a la fiesta de Navidad en el pueblo? Todos la están esperando con ansias."

La reina, sorprendida por la osadía del niño, respondió con una voz helada: "¿Por qué debería ir yo? No me quieren, solo temen mi poder."

El niño, sin inmutarse, le dijo: "A veces, el miedo es solo un espejo que refleja nuestras inseguridades. Si usted viene, nadie le tendrá miedo." La reina se quedó pensativa, dándole vuelta a las palabras del niño.

Pasaron los días, y mientras el pueblo celebraba, Isolde seguía atrapada en su torre de hielo. Entonces recordó a Lucas y cómo sus palabras resonaron en su mente. Sin más preámbulos, decidió asistir a la celebración del pueblo, vestida con un hermoso abrigo blanco que brillaba como el hielo en la luz de la luna.

Al llegar al pueblo, todos la miraron boquiabiertos. "¡La reina Isolde!" - exclamaron los niños, aterrados al principio. Pero Lucas, valiente, se acercó a ella. "¡Hola, Reina! Nos alegra que vinieras."

Isolde, aún un poco insegura, sonrió. "No sabía si ustedes me aceptarían."

"No estamos aquí para juzgar, sino para celebrar juntos. ¡Ven!" - dijo Lucas, tomando su mano y llevándola hacia el centro de la plaza decorada de luces que brillaban como estrellas.

A medida que la noche avanzaba, la reina comenzó a reír y a disfrutar del calor de la compañía. Ella compartió historias, bailó y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que poco a poco, su corazón comenzaba a descongelarse. Durante la celebración, una estrella fugaz cruzó el cielo, y todos hicieron un deseo. Isolde, al mirar a su alrededor, deseó ser parte del pueblo para siempre.

Cuando la fiesta terminó, la reina se despidió de todos, prometiendo regresar el próximo año. Pero, al volverse a su castillo, algo mágico ocurrió: su corazón, que había estado helado durante tanto tiempo, comenzó a latir con fuerza. El frío que la rodeaba empezaba a desvanecerse.

Desde ese día, Isolde visitó el pueblo cada Navidad, y poco a poco, se ganó el corazón de todos. A través de su amabilidad, aprendió que el verdadero poder no estaba en la fría belleza, sino en la calidez de un corazón abierto.

Y así, la Reina de Hielo se convirtió en la Reina de la Calidez, recordándole a todos que el amor y la amistad pueden derretir incluso el hielo más profundo.

Moraleja: A veces, el verdadero poder reside en abrir nuestro corazón y permitir que el amor entre en nuestras vidas, derritiendo el hielo de la soledad y el miedo.

FIN.

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