La religiosa que aprendió a tomar un respiro
En un pequeño convento en las afueras de la ciudad, vivía la hermana Lucía, conocida por todos como la religiosa que no sabía descansar.
Desde el amanecer hasta la medianoche, se ocupaba de las labores del convento sin tomarse ni un segundo para descansar. Siempre estaba ayudando a los demás, arreglando cosas, atendiendo a los enfermos y preparando comidas. A pesar de los consejos de sus compañeras, ella se sentía tan ocupada que no encontraba tiempo para tomarse un respiro.
Un día, las demás religiosas decidieron intervenir. "Hermana Lucía, necesitas aprender a descansar. No puedes seguir así, te estás agotando", le dijeron preocupadas. "Pero tengo tantas cosas por hacer, no puedo detenerme", respondió la hermana Lucía.
Sin embargo, las otras religiosas se pusieron de acuerdo para enseñarle la importancia del descanso. Comenzaron a invitarla a paseos por el jardín, a leer cuentos antes de dormir y a practicar ejercicios de relajación.
Al principio, la hermana Lucía se resistía, pero poco a poco empezó a disfrutar esos momentos de tranquilidad. Aprendió a tomar pequeños descansos durante el día, a respirar profundo cuando se sentía agobiada, y a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.
Con el tiempo, se dio cuenta de que su energía y su alegría aumentaron. Ya no se sentía agotada todo el tiempo y podía realizar sus tareas con mayor claridad y efectividad.
Finalmente, la hermana Lucía entendió que descansar no era una pérdida de tiempo, sino una necesidad para cuidar su cuerpo y su mente. Desde entonces, enseñó a sus compañeras la importancia de tomar pausas y cuidar de sí mismas.
El convento se transformó en un lugar donde el descanso y la armonía eran tan importantes como el trabajo y el servicio a los demás.
FIN.