La rosa mágica


Había una vez un niño llamado Mathi, quien vivía en un pequeño pueblo rodeado de hermosos jardines. A Mathi le encantaba pasar su tiempo explorando la naturaleza y descubriendo nuevas aventuras.

Un día, mientras Mathi jugaba cerca de su casa, vio una rosa brillante que parecía llamar su atención. Sin pensarlo dos veces, se acercó a ella para oler su dulce aroma.

Pero justo cuando estaba a punto de tocarla, la rosa lo pinchó con sus espinas afiladas. Mathi sintió un dolor agudo en su dedo y comenzó a llorar. Su mamá corrió rápidamente hacia él y lo llevó adentro para curarle la herida.

Le puso una venda y le explicó que algunas cosas bonitas pueden tener también partes peligrosas. A pesar del incidente, Mathi no podía dejar de pensar en esa rosa tan especial.

Decidió guardarla en una caja junto con sus tesoros más preciados para protegerla de las espinas y seguir amándola a pesar del dolor que había sentido. Los días pasaron y Mathi continuó explorando el mundo mágico que lo rodeaba.

Un día, mientras ayudaba a su mamá en el jardín, notó que había algo extraño cerca de las rosas: ¡habían desaparecido todas! En su lugar, solo quedaban plantas marchitas y tristes. Preocupado por lo ocurrido, Mathi decidió investigar qué había pasado con las rosas perdidas.

Siguiendo pistas entre los arbustos vecinos llegó hasta una pequeña cueva donde encontró al culpable: un conejo travieso. - ¡Hola, pequeño conejito! -dijo Mathi con una sonrisa-. ¿Sabes qué le pasó a las rosas? El conejito se quedó quieto por un momento y luego respondió:- Lo siento mucho, Mathi.

Me encantan las flores y no pude resistirme a comérmelas. Pero ahora me doy cuenta de que hice algo malo. Mathi comprendió que el conejito solo había actuado por instinto, sin darse cuenta del daño que estaba causando.

Decidió perdonarlo y juntos buscaron la forma de devolver la belleza al jardín. Con ayuda de su hermanito, Mathi plantó nuevas semillas en el lugar donde antes estaban las rosas.

Cuidaron de ellas todos los días, regándolas y protegiéndolas del sol y la lluvia. Poco a poco, las flores comenzaron a crecer y llenaron el jardín con sus colores vibrantes. El pueblo entero quedó maravillado al ver cómo Mathi había transformado un lugar triste en uno lleno de vida nuevamente.

Desde ese día, Mathi aprendió dos valiosas lecciones: primero, que algunas cosas bonitas pueden tener partes peligrosas; segundo, que cuando alguien hace algo malo sin darse cuenta, merece una segunda oportunidad para enmendar su error.

Y así fue como Mathi demostró al mundo que el amor y la perseverancia pueden transformar cualquier situación difícil en algo hermoso.

Y cada vez que veía una rosa brillante en su jardín recordaba aquel día en el que decidió amarla a pesar de las espinas que una vez le hicieron daño.

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