La Sandía Sorpresa
Había una vez, en un colorido y vibrante huerto, una sandía que se llamaba Rosa. Rosa era diferente a las demás sandías: mientras las otras eran grandes y redondas, Rosa era pequeña y tenía una forma un poco extraña. Su piel estaba llena de manchas y su color no era tan brillante como el de sus hermanas.
Nadie la cuidaba con cariño, y por eso se sentía muy triste. Cada día, las otras sandías presumían de su belleza.
"Miren qué lindas soy", decía Lila, la sandía más grande. "Soy la favorita de todos."
Rosa, al escuchar esto, suspiraba.
"Ojalá pudiera ser como ellas" - pensaba.
Un día, el jardinero, Don Manuel, llegó al huerto. Mientras revisaba las plantas, se detuvo frente a Rosa, que casi se escondía detrás de unas hojas.
"¿Qué te pasa, pequeña sandía?" - le preguntó Don Manuel.
Rosa, muy tímida, respondió:
"Soy fea, nadie me quiere..."
"¡Qué tonterías! ," le dijo Don Manuel con una sonrisa. "A veces, lo que parece feo en el exterior, es maravilloso por dentro. ¿Sabías que algunas de las sandías más ricas parecen diferentes?"
Rosa miró al jardinero con curiosidad.
"¿De verdad?"
"¡Claro! Vamos a hacer una pequeña prueba. ¿Qué te parece si haces una fiesta para las otras frutas?" - propuso Don Manuel.
Rosa le dio una mirada sorprendida.
"¿Una fiesta? Pero... ¿y si no vienen porque soy diferente?"
"Si la haces con amor, estoy seguro de que vendrán. La verdadera belleza se muestra en la amistad y la alegría que compartimos."
Animada por las palabras de Don Manuel, Rosa comenzó a preparar su fiesta. Decoró el lugar con hojas verdes y colgó pequeños cangrejos de papel que había hecho con sus propias raíces. Cuando llegó el día de la fiesta, Rosa estaba nerviosa, pero al mismo tiempo emocionada.
Las otras frutas llegaron, curiosas de ver de qué se trataba. Allí estaban la fresa, el melón, y, por supuesto, las sandías. Al ver la hermosa decoración que había hecho Rosa, comenzaron a murmurar entre ellas.
"¡Qué lindo está todo!" - exclamó la fresa. "Nunca pensé que con esas hojas podría hacer algo tan bello."
Los demás comenzaron a darle la razón.
"Sí, ¡Rosa, todo está hermoso!" - añadieron las sandías en un coro.
La fiesta transcurrió llena de juegos, risas y buena música. Rosa se dio cuenta de que todos disfrutaban de su compañía y que, aunque no fuera como las otras, eso no la hacía menos especial. De hecho, la felicidad que traía era contagiosa.
Y así, a medida que avanzaba la fiesta, Rosa se sintió más y más valorada. Finalmente, Don Manuel se acercó a ella.
"¿Ves? Eres única y has hecho algo maravilloso. Tu belleza está en tu corazón y en cómo haces sentir a los demás."
Desde ese día, Rosa no se preocupó más por cómo lucía. Comenzó a disfrutar de cada día en el huerto, sabiendo que ser diferente la hacía especial. Y aunque nunca se convirtió en la sandía más grande o más brillante, se convirtió en la más querida y buscada por su alegría y amor.
Las otras frutas aprendieron una lección importante: La verdadera belleza está en el interior, en cómo cuidamos y compartimos con los demás. Y así, Rosa vivió feliz en su huerto, disfrutando de la compañía de sus amigos y recordando siempre que cada uno tiene su propio brillo especial, sin importar las apariencias.
¡Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!
FIN.