La Selva y sus Emociones
En el corazón de la selva, donde los árboles son tan altos que tocan el cielo y los ríos cantan al fluir, vivía una comunidad de animales muy diversa. Entre ellos estaban Lucas, el loro parlante; Tía Lila, la tortuga sabia; y Pipo, el travieso mono. Todos eran amigos, pero a veces, como en cualquier lugar, las emociones podían descontrolarse.
Un día, mientras Lucas estaba practicando su canto, Pipo decidió jugarle una broma. Se coló entre las ramas y le tiró una pequeña cantidad de tierra.
—¡Pipo! ¿Qué haces? —gritó Lucas mientras se sacudía la tierra del plumaje—.
—¡Es solo una broma, Loro! —rió Pipo—.
—¡No me gusta que juegues así! —respondió Lucas, sintiéndose molesto.
—¡Búscate un árbol y quédate ahí en vez de quejarte! —se burló Pipo.
Lucas decidió que ya había tenido suficiente. Con el corazón acelerado, voló hasta donde estaba Tía Lila, quien estaba tomando el sol cerca del río.
—¿Qué te pasa, Lucas? —preguntó la tortuga, notando su evidente enfado.
—Pipo me hizo una broma y ahora estoy enojado —resopló Lucas—. No puedo seguir así.
—Es normal que te sientas así —respondió Tía Lila—. Pero, ¿has hablado con él?
Lucas pensó por un momento.
—No. Pero no tengo ganas de hacerlo. —
—A veces, hablar es la mejor forma de resolver un malentendido. Te recomiendo que le digas cómo te sientes.
Así que, intentando calmarse, Lucas decidió retornar. Pero a lo lejos, escuchó a Pipo discutiendo con un grupo de sus amigos sobre un juego que estaban planeando.
—¡Yo digo que el que atraviese el río primero gana! —declaró Pipo con gran dramatismo.
—¡Pero eso no es justo! —respondió Rita, la ranita—. ¡No todos pueden nadar!
Los demás animales comenzaron a alzar la voz, y la discusión se tornó acalorada.
Lucas se dio cuenta que, aunque estaba enojado, la situación había escalado a algo más grande. De repente, una idea brillante iluminó su mente.
—¡Chicos! —voló hacia ellos—. Necesitamos calmarnos y hablar. Esta discusión no nos llevará a nada bueno.
—¿Y qué proponés, Loro? —interrogó Pipo, intentando ponerle más dramatismo al momento.
—Podemos jugar a un juego donde todos tengan la misma oportunidad. ¿Qué les parece si hacemos equipos? —sugirió Lucas, intentando que todos se calmaran.
Los animales comenzaron a murmurar y poco a poco, se fueron dejando llevar por la propuesta de Lucas.
—Sí, ¡es una buena idea! —dijo Rita—. Así todos podrán divertirse.
—Pero tenemos que ponernos de acuerdo en las reglas —agregó Tía Lila.
—Sí, ¡hablemos! —exclamaron los demás, transportando el ambiente tenso a uno de diálogo y comprensión.
Después de compartir ideas y escuchar cada opinión, los animales finalmente construyeron un juego justo para todos.
Al otro día, el sol brillaba, y la selva se llenó de risas y diversión.
—Gracias, Lucas —dijo Pipo, mientras jugaban—. Sin tu ayuda, habríamos seguido discutiendo.
—Sí, yo también perdí el control, pero me alegra que haya podido resolverlo hablando. —respondió Lucas.
—Y yo estaré más atenta a mis bromas de ahora en adelante —agregó Pipo, sintiéndose un poco avergonzado—.
Desde entonces, Lucas, Pipo, y todos en la selva aprendieron que manejar las emociones con calma y diálogo podía evitar malos entendidos y ayudar a construir amistades más fuertes.
Y así, la armonía volvió a reinar en la selva, recordando a todos que las emociones son parte de la vida, pero saber gestionarlas era la clave para la convivencia.
FIN.