La Semilla de la Verdadera Belleza




Había una vez un príncipe en un reino lejano que estaba obligado a casarse con una princesa para cumplir con la tradición. Sin embargo, el príncipe anhelaba encontrar el verdadero amor, alguien que lo comprendiera y lo hiciera feliz. Cuando era niño, una niña rebelde le había dado una pequeña semilla sin flor, diciéndole que era la semilla de la verdadera belleza. El príncipe la guardó con cariño, pero con el tiempo olvidó su significado.

A medida que las damas del reino se enteraban del concurso para casarse con el príncipe, se preparaban con esmero para presentar las flores más bellas y exóticas. El día del concurso, el príncipe quedó sorprendido por la belleza de las flores, pero ninguna de ellas emitía un aroma tan especial como la flor que había imaginado de niño.

Finalmente, el príncipe divisó a una joven sencilla que sostenía en sus manos una maceta con una planta verde y frondosa, pero sin flor alguna. Era la niña rebelde, que ahora era una hermosa mujer. Ella se llamaba Emilia y recordaba al príncipe de su juventud.

El príncipe, con curiosidad, se acercó a Emilia y le preguntó sobre la planta. - Emilia, ¿por qué traes una planta sin flor? - preguntó el príncipe sorprendido.

- Esta planta es especial, príncipe. Es la misma semilla que te di cuando éramos niños. A lo largo de los años la he cuidado con amor y paciencia, esperando verla florecer con la verdadera belleza que posee en su interior, tal como la belleza que llevamos dentro de nosotros mismos - respondió Emilia con dulzura.

El príncipe recordó ese momento de su infancia y comprendió el significado y la lección detrás de aquella semilla. Tan conmovido por las palabras de Emilia, invitó a todas las doncellas a contemplar la planta. La magia de la verdadera belleza se desplegó ante sus ojos, ya que la planta comenzó a florecer con la flor más hermosa y resplandeciente que jamás habían visto. Las demás flores palidecieron en comparación con la magnífica flor que la planta de Emilia les mostraba.

El príncipe, conmovido, se acercó a Emilia y le pidió que se convirtiera en su esposa, ya que había encontrado la verdadera belleza que buscaba: la belleza del alma, la paciencia, la perseverancia y el amor que Emilia había demostrado a lo largo de los años.

Emilia aceptó, y juntos, el príncipe y Emilia gobernaron el reino con sabiduría, amor y bondad. Su unión demostró que la verdadera belleza no reside en la apariencia externa, sino en el corazón y las acciones de las personas.

Y la planta de la semilla, que ahora florecía eternamente en el jardín del palacio, recordaba a todos que la verdadera belleza está en el amor que cultivamos en nuestro interior.

FIN.

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