La Señal Mágica de Tomás
Había una vez en un pueblito llamado Tránsito, un niño muy curioso llamado Tomás. Tomás adoraba explorar su barrio y siempre estaba dispuesto a aprender cosas nuevas. Un día, mientras paseaba, se encontró con un objeto extraño tirado en el suelo. Era una señal de tránsito de forma triangular que decía "¡Detenerse!".
"¿Qué será esto?", se preguntó Tomás, levantando la señal y sintiendo que tenía algo especial. Al alzarla, sintió una chispa de energía recorrer su cuerpo. De repente, se encontró frente a una escena maravillosa.
A su alrededor, el mundo comenzó a brillar y los colores se intensificaron. De pronto, se dio cuenta de que podía entender lo que decían las señales de tránsito.
"Hola, Tomás", dijo la señal con una voz suave y amable. "Soy la Señal Mágica, y hoy, serás el encargado de cuidar el tránsito en nuestro vecindario".
Tomás se quedó boquiabierto por esta increíble revelación.
"¡No puedo creerlo!", exclamó. "¿Cómo puedo ayudar?".
"Cada vez que la levantes", explicó la Señal Mágica, "serás capaz de ver situaciones que necesitan una solución. Es tu responsabilidad ayudar a que todos en el barrio sean seguros y felices".
Tomás sonrió, emocionado de ser parte de algo tan importante. Al caminar por el barrio, levantó la señal y vio a su vecino, el señor Bianchi, intentando cruzar la calle con sus compras.
"¡Espera, señor Bianchi!", gritó Tomás. "¡Es peligroso cruzar sin mirar!".
El señor Bianchi paró, miró a ambos lados y vio que venía un auto.
"¡Gracias, Tomás! ¡Casi me doy un buen susto!" dijo, sonriendo.
Tomás se sintió orgulloso. Siguió adelante, levantando la señal y ayudando a otros. Vio a María, la niña con su bicicleta, que iba demasiado rápido hacia un cruce.
"¡María! ¡Frena! ¡Es peligroso!", gritó Tomás.
María se detuvo justo a tiempo y le sonrió.
"¡Gracias, Tomás! Estaba tan emocionada que no me di cuenta".
Cada vez que Tomás levantaba la señal mágica, se transformaba en un superhéroe del tránsito. Sin embargo, llegó un momento en que la situación se hizo un poco complicada. Un grupo de chicos estaba jugando a la pelota en la calle, y no se dieron cuenta de que un coche venía a toda velocidad.
Tomás, alarmado, levantó la señal. Pero esta vez, sintió que el poder de la señal comenzaba a desvanecerse.
"¡No puedo dejar que esto suceda!", se dijo a sí mismo, decidido. Empezó a correr hacia los chicos.
"¡Chicos, aléjense de la calle! ¡Está peligroso!".
Los chicos se congelaron al escuchar la voz de Tomás. Al darse la vuelta, vieron el coche acercándose.
"¡Vamos, rápido!", gritó uno de ellos. Los niños corrieron hacia la vereda, justo a tiempo para evitar un accidente.
Cuando todo pasó y el coche se alejó, los chicos se acercaron.
"¡Qué buen reflejo, Tomás!", dijo uno. "¡Sos como un superhéroe!".
Tomás sonrió, pero en su interior sabía que la señal mágica no podía durar para siempre. Al terminar el día y volver a casa, vio que la señal había perdido su brillo.
"No te preocupes, Tomás", dijo la Señal Mágica. "Lo importante no son los poderes, sino la responsabilidad que cada uno tiene. Haz lo que hiciste hoy, y serás un héroe todos los días".
Tomás entendió que todos podemos ayudar a los demás en nuestras comunidades. Aunque la señal ya no brillara, él siempre recordaría lo que había aprendido ese día: prestar atención, cuidar a los demás y ser valiente.
Desde entonces, Tomás siguió siendo un buen vecino, ayudando a sus amigos y asegurándose que todos cruzaran las calles de forma segura. Nadie necesitó una señal mágica, porque todos tenían el poder de cuidar uno del otro.
Y así, en el pueblito de Tránsito, siempre hubo alguien cuidando el tránsito, gracias a un niño valiente y una señal que lo inspiró.
Desde ese día, Tomás nunca se olvidó de su aventura mágica y siempre llevaba consigo el valor de hacer lo correcto, aunque no tuviera la señal en la mano. El verdadero poder estaba en su corazón.
FIN.