La Senda del Sol y la Sonrisa de Sara



Era un día soleado en el pequeño pueblito de Solamar. Las flores sonreían al sol y los árboles murmullaban entre sí. En ese pueblito vivía una pequeña niña llamada Sara, que tenía una sonrisa tan grande como el sol mismo. Sara era muy curiosa y siempre deseaba descubrir cosas nuevas.

Un día, mientras jugaba en el jardín, encontró un pequeño sendero que nunca antes había visto. El sendero estaba cubierto de suaves piedras de colores y decorado con suaves hojas que parecían invitarla a seguirlo.

"¿A dónde llevará esta senda?" - se preguntó Sara.

Decidida a explorarlo, comenzó a caminar por el sendero. Sus pasos eran suaves como el susurro del viento. Mientras avanzaba, comenzó a escuchar un suave zumbido.

"¿Qué será eso?" - se preguntó Sara, emocionada.

De pronto, apareció Zully, una pequeña abeja de colores brillantes.

"¡Hola, Sara! Soy Zully, la abeja. Estoy muy contenta de verte. ¡Bienvenida a la Senda del Sol!"

"¡Hola, Zully! ¿La Senda del Sol? ¿Qué es eso?" - preguntó Sara.

"La Senda del Sol es un lugar mágico donde los sueños se hacen realidad. ¡Acompáñame!" - dijo Zully, zumbando alegremente.

Sara siguió a Zully, que la llevó a un hermoso prado lleno de flores que danzaban al ritmo del viento. De repente, vieron a un pequeño caracol llamado Simón, que intentaba alcanzar un hermoso girasol.

"¡Hola, Simón! ¿Necesitas ayuda?" - le preguntó Sara.

"Sí, por favor. Mi casa es muy pesada y no puedo llegar a la flor. Quiero un poquito de su néctar para hacer mi sopa especial." - respondió Simón.

Sara miró a Zully, que asintió con la cabeza.

"¡Vamos a ayudarlo!" - dijo Sara con entusiasmo.

Sara y Zully se acercaron al girasol. Con mucho cuidado, Sara tomó el girasol y lo inclinó hacia Simón.

"¡Toma, amigo! Disfruta de tu néctar." - dijo Sara, sonriendo.

Simón se sintió muy agradecido y, al probar el néctar, sus ojos se iluminaron.

"¡Merci, Sara! ¡Eres la mejor!" - exclamó Simón.

Sara se sintió muy feliz al ayudar a su nuevo amigo. Pero cuando comenzó a caminar de nuevo con Zully, se dio cuenta de que había un problema. Un pequeño río había crecido entre ellos y la continuación del sendero al sol.

"Oh no, ¿cómo cruzaremos esto?" - dijo Sara, preocupada.

"No te preocupes, tengo una idea. ¡Sigamos volando!" - dijo Zully, levantando el vuelo.

Sara miró a su alrededor y encontró unas grandes hojas que estaban en la orilla del río.

"Podemos usar esas hojas como un bote!" - exclamó.

Ambas juntas, acomodaron las hojas y crearon un pequeño barquito. Con un poco de esfuerzo, empujaron las hojas hacia el río y comenzaron a navegar.

Sara sonreía mientras el suave viento acariciaba su rostro. Era emocionante ser parte de esta aventura. Cuando cruzaron el río, llegaron a un campo lleno de rayos de sol, donde había muchos otros animales: un sapo, un conejo, y hasta un ciervo. Todos estaban sumidos en un juego de sombras.

"¡Hola a todos!" - saludó Sara.

El grupo se acercó, intrigado.

"Nos gustaría jugar, pero no sabemos cómo hacerlo" - dijo el ciervo con una sonrisa tímida.

"¿Qué les parece si jugamos a hacer sombras?" - sugirió Zully, vibrando de entusiasmo.

Sara, Zully y los animales pasaron el resto de la tarde jugando, creando formas y riendo juntos. Fue un día lleno de diversión y amistad.

Al final del día, Sara se despidió de sus nuevos amigos.

"¡Gracias por compartir este día tan especial! ¡No lo olvidaré nunca!" - dijo Sara con una gran sonrisa.

"¡Vuelve pronto a la Senda del Sol!" - gritaron todos juntos.

Y así, con el corazón lleno de alegría, Sara regresó a su casa. Desde aquel día, cada vez que veía el sol brillar, recordaba su gran aventura en la Senda del Sol, donde descubrió que ayudar a los demás y compartir momentos de alegría es lo más importante. Y se prometió a sí misma que continuaría explorando el mundo con una sonrisa.

Y así, la pequeña Sara no solo alimentó su curiosidad, sino que también sembró semillas de amistad por donde iba.

Fin.

FIN.

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