La Señora de la Plaza y su Secreto



En un pequeño pueblo lleno de color y alegría, había una señora que todos conocían, pero nadie sabía que, en secreto, era una bruja. Se llamaba Doña Mabel, y cada tarde se la podía ver en la plaza dando de comer a las palomas, mientras los niños jugaban a su alrededor. Doña Mabel siempre llevaba un sombrero de ala ancha y un abrigo colorido que parecían sacados de un cuento de hadas.

Un día, un grupo de niños se acercó a Doña Mabel, curiosos como siempre.

"¡Hola, Doña Mabel! ¿Qué hacés con las palomas?"

preguntó Felipe, el más atrevido del grupo.

"¡Les cuento historias mágicas!", respondió ella con una sonrisa, mientras anidaba un poco de maíz en su mano.

"¿Cómo historias mágicas?"

protestó Anahí, sorprendida.

"Claro, porque estas palomas son mis amigas y cada cuento las lleva a un lugar especial en su imaginación."

Los niños se miraron entre sí, intrigados por la respuesta. Entonces, Sofía, que siempre era muy curiosa, se arrimó un poco más.

"Pero, Doña Mabel, ¿vos también tenés magia?"

La señora rió con ganas.

"Todos tenemos un poco de magia dentro, solo hay que aprender a usarla. A veces, la magia está en un buen gesto o en hacer sonreír a los otros."

Sin embargo, un misterioso problema había comenzado a surgir en el pueblo. Las flores del parque estaban marchitándose y la alegría de los niños parecía desvanecerse poco a poco.

"No puedo imaginar un verano sin flores", dijo Julián, preocupado.

"Parece que algo está afectando a la naturaleza", comentó Amparo, con seriedad.

"Tal vez… ¿Doña Mabel puede ayudarnos?"

se atrevió a preguntar Mateo, mirándola de reojo.

Doña Mabel frunció el ceño.

"Quizás con un poco de magia pueda ayudar. Pero necesito que ustedes me acompañen a recolectar un poco de amor y alegría para crear un hechizo especial."

Intrigados, los niños aceptaron. Se unieron a ella en una emotiva búsqueda por el pueblo. Juntos, fueron de puerta en puerta, pidiendo a la gente que compartieran sus historias felices, dibujos y risas.

"Si todos unimos un poquito de alegría, las flores volverán a florecer", explicó Doña Mabel con determinación.

Cuando regresaron a la plaza, Doña Mabel tomó todos los recuerdos compartidos y los mezcló con un poco de polvo de estrella que tenía guardado en su sombrero.

"¡Ahora sí! ¡A volar!"

exclamó, mientras lanzaba el polvo hacia el aire, creando un arcoíris mágico que se deslizaba sobre el parque.

Las flores comenzaron a brotar de nuevo, llenando el lugar de colores vivos. Pero, más importante aún, la risa de los niños resonó más fuerte que nunca.

"¡Funciona! ¡Mirá las flores!"

gritó Sofía, corriendo hacia un nuevo jardín de colores.

- “¿Y todo gracias a Doña Mabel? ”

preguntaron los niños, con ojos deslumbrados.

La señora sonrió, pero con un guiño, les dijo:

"No solo gracias a mí…! Esto fue un trabajo en equipo. La magia más poderosa es la que llevamos en nuestros corazones, y la alegría y el amor se multiplican cuando los compartimos."

Y así, se convirtió en el símbolo de unión en el pueblo. Nunca más olvidaron que, aunque Doña Mabel era una bruja, lo más importante era el amor y la amistad, que son la verdadera magia de la vida. Desde entonces, cada año, celebran una Fiesta de las Flores, donde todos comparten sus historias y crean recuerdos juntos, manteniendo viva la magia que una vez trajo a su pueblo la señora de la plaza.

Cuando Doña Mabel falleció, no solo dejó atrás su sombrero y su abrigo, sino una poderosa lección: la verdadera magia no está en hechizos o palabras raras, sino en los momentos que compartimos y la alegría que generamos para los demás.

Los niños crecieron, pero la historia de esa mágica tarde perduró en sus corazones, recordándoles siempre que la verdadera magia estaba en su capacidad para hacer felices a los demás.

FIN.

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